Puente de Ureña

La España de Federico

¿Tendría tiempo de ver las estrellas? ¿El rocío? ¿El verde que te quiero verde del pozo donde lo iban a tirar? Qué horror no sentiría ante las aristadas almenas del odio

Un poeta admirado, leído en editorial Losada, como Vallejo y todos los malditos, murió en Víznar, y todos dicen dónde está enterrado el cuerpo, que no aparece, que la familia no quiere que busquen y que la Junta se empeñó en dar trabajos y dineros, cuando no tenían garantías de verdad.

A Lorca, del que nos consta su horror a la muerte, el alfiler que busca la raicilla del grito, del poema Asesinato: ¿Cómo fue? -Una grieta en la mejilla. ¡Eso es todo! Una uña que aprieta el tallo. Un alfiler que bucea hasta encontrar las raicillas del grito. Y el mar deja de moverse. -¿Cómo, cómo fue? -Así. -¡Déjame! ¿De esa manera ? -Sí. El corazón salió solo. -¡Ay, ay de mí! Se nota el terror de la quietud, de la parada cardiaca, del fin más fin sin esperanza ni perdón cuando la madrugada no amanecía, como la del niño Stanton.

El pelotón que fusiló al poeta en Granada fue el de Mariano, Benavides, Salvaorillo, Fernando, Antonio y Cascales. Era el pelotón del capitán Nestares, y Miguel Caballero y Molina Fajardo aclaran: hijo de jornaleros era Mariano Ajenjo Moreno, jefe del piquete y, con 53 años, el más veterano de los seis matarifes. Y Antonio Benavides Benavides, nieto de la hermana de la primera mujer del padre de Lorca, un enano al que su estatura le impidió seguir la carrera de las armas, en la que destacó por su fiereza y crueldad en la guerra de Marruecos. Terminó sus días en una vida depravada. Los campeones de tiro Juan Jiménez Cascales y Fernando Correa Carrasco; además del historial de Antonio Hernández Martín, y Salvador Varo o Baro Leiva el hijo huérfano de un zapatero de Chiclana, que parece tuvo, cómo no, una zapatería en la Isla de León, en la calle Dolores. El ínsulo también contó en la temprana muerte del poeta más grande del 27.

A mí, personalmente, me despierta alguna noche el chorreón negro de sangre de los sueños y me despierto angustiado porque no puedo digerir la idea del terror que vivió Federico. ¿Tendría tiempo de ver las estrellas? ¿El rocío? ¿El verde que te quiero verde del pozo donde lo iban a tirar? Qué horror no sentiría ante las aristadas almenas del odio.

La fama, ahora, saca a la luz a los pistoleros ejecutantes, sus armas y el odio denso que ahora quieren resucitar… Que Caballero retrata narrándolos.

El cabo Mariano Ajenjo Moreno, de 53 años; el pistolero Antonio Benavides Benavides, de 36; Salvador Varo Leyva, 'Salvaorillo', de 37 años, Juan Jiménez Cascales, el único que sentía remordimientos por las ejecuciones, Fernando Correa Carrasco y Antonio Hernández Martín. Todos ellos eran los miembros de la escuadra que el capitán José María Nestares, jefe del sector de Víznar, que había asignado para las ejecuciones. Caballero aporta hasta las armas que emplearon: pistolas Astra, modelo 902, calibre de 7,65 milímetros y fusiles Mauser, modelo 1893. Todos pasaron a ser guardias de asalto. Ascendidos y bien pagados. Todos, fueron guardias de asalto o camisas negras. Ninguno Guardia Civil, salvo el segundo del gobernador militar de Granada. Homenajeo su muerte, pidiendo disculpas para la isla, así. Oh, todavía y aún, el cielo mira las ventanas/cuando desconfía de nuestros sueños/donde nadie puede soltar su ansiedad. /Todavía, la pleamar del aire se acuesta con los hidrocarburos./ Todavía la noche hiela lágrimas y miedo /con una fusta de odio y sangre/y el dedo eclipsa las palabras/sobre la multitud que ya no orina/ Odian la sombra de la mejilla sobre el vuelo del pájaro/y el plural siempre será un número amargo/y el salón de la nieve sólo admitirá pisadas incoloras/equivocando el terror/ como una lengua sin palabras.

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