Quizás estoy más receptiva a según qué señales, por eso del fin de la temporada de torrijas, pero el caso es que he constatado una irrupción de los negocios de entrenamiento personal en El Puerto. Personal trainers, aparatos de electroestimulación, planes de ejercicio personalizado y nutricionistas me llaman desde cada esquina. Siento la misma sensación de invasión que sufrí en la época de los vapeadores.

Allí donde los cigarrillos electrónicos dejaron un escaparate vacío, hay un espacio susceptible de ser vinilado con una enorme imagen de trozos de cuerpos bien esculpidos, colores agresivos y la oferta de un inmediato cambio de hábitos, de imagen, y por ende, de vida. Yo me asomo y me debato entre la tentación de probar algo nuevo, supuestamente sano y encima de moda, y el repelús que me dan esos aparatos que utilizan, que tienen más pinta de instrumento de tortura que de material de gimnasio.

Luego me acuerdo de lo que me ha costado encontrar una clase de Pilates (esto también es de lo más mainstream y la demanda supera la oferta), que no quiero dejarlo, y que si en vez de sustituir lo que pretendo es sumar otra actividad, pues no me da tiempo. Hay que elegir.

A veces, una, no puede con todo. Recuerdo cuando tuve que dejar a medias el doctorado. Hice todos los cursos, pero al año siguiente, cuando había que ponerse con la investigación, ya se sabe: el trabajo, que absorbe; los tutores, que estaban en otra ciudad; el embarazo… en fin, la vida. Por más que yo traté de negociar con los profesores, al final, no hubo manera. Había que ir a las sesiones de tutoría, ponerse a leer, a redactar, a comparar, a corregir… y entregar un trabajo de investigación para el que no me llegaba el tiempo.

Habrá gente como Cifuentes, que pensará que estos problemas míos no son más que excusas, y que cuando una se propone algo, si de verdad lo quiere, lo consigue. A mí su máster no me dice nada, pero envidio su gestión del tiempo. Seguro que hasta compagina Pilates con su personal trainer.

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