Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Si alguien hoy osara escribir y publicar textos de inmenso valor como Lolita o, en otro nivel, Elogio de la madrastra, sufriría una lapidación en plaza pública, o sea, internet, radio y televisión. Su carrera acabaría ahí, por pedófilo, por heteropatriarcal. Ya desde el monumental primer párrafo de la obra de Nabokov su pira crepitaría; su exilio social estaría servido. No digamos con los turbadores pasajes de Vargas Llosa sobre las relaciones del niño Fonchito con la madrastra de todos los arrebatos, Lucrecia. Reproduzco aquí un fragmento de otra columna memorable de Carlos Colón (léanla: Caza de brujas contra Allen): "Puede que estemos volviendo del entierro de [Woody] Allen. Sepultado en vida por la censura. Y sin juicio. Eso a lo que se llama linchamiento". Ello al hilo del autosecuestro que de su última obra (A Rainy Day in New York) ha hecho la propia productora, presa de la tiranía de lo políticamente correcto que azota a Europa. La culpa, ninguna: de la guerra judicial que le declaró la histérica de su ex mujer, Mia Farrow, con uso y abuso de su legión de hijos biológicos y adoptados, Allen ha salido sin condena. A pesar de lo cual, el clásico en vida que es no encuentra quien le produzca la enésima buena o magistral película por venir (mala no es ni aquella alimenticia que hizo con Bardem, Scarlett y Penélope). Y no podemos ver esta última sobre su Nueva York, pasado un año largo de su finalización.

Va a ser que los censores globales y la Absoluta Verdad de púlpito de una plataforma de corrección política como el #MeToo (que sí, claro, que hace cosas positivas este movimiento, no sólo acusa con apriorismos incuestionables) tienen más poder que Torquemada o McCarthy. A mí lo que me espanta e indigna, por ser francos, es que se pueda laminar en vida a un maestro que me hace gozar hasta el espasmo y pensar cada vez que veo Delitos y faltas, cada vez que me sonrío o río mientras se me asoma alguna furtiva lágrima con Broadway Danny Rose o La rosa púrpura de El Cairo; cuando me atrevo a volver -a volver tanto ya- a Manhattan, lugar adonde nunca fui físicamente, ni iré: me decepcionaría. Podríamos mencionar decenas de peliculones, millones de emociones causadas, de belleza visual, diálogos, sentido del humor, incluso vibraciones ante thrillers amables como Misterioso asesinato en Manhattan. Habéis puesto vuestras sucias manos sobre Woody, que tanto bien ha hecho a tantos. Aunque las hayáis puesto debajo del chorro del aseptizante totalitario que puede llegar a ser la corrección política.

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