El 8-A

El confinamiento ha de mantenerse en el tiempo aún y los de Nadia Calviño y la sonriente ministra de trabajo tendrían que empezar por tomar medidas traumáticas que salven más vidas que empleos: así conseguirán que el bipartito no parezca lo que el 8 de abril ya es: el hazmerreír de toda Europa.

Ha pasado un mes solamente, apenas treinta días que nos han parecido treinta años y en los que el mundo, el nuestro, me refiero, se ha convertido en algo dúctil, medroso, voluble a los caprichos de la monotonía y de la batalla por el control de la opinión. El 8 de marzo, día internacional de la mujer, salieron a las calles a manifestarse centenares de miles de personas con la buena intención impresa en sus corazones, o al menos en la mayoría de ellos. Yo soy de los que opinan que debían haber permanecido en sus casas al igual que tantos otros que organizaron mítines o reuniones orgánicas, los que animaron a sus equipos en los partidos de fútbol y, cómo no, los que ese día abarrotaron los metros de la capital para poder acudir a misa de diez, doce y ocho. El 8-M teníamos que haber permanecido en casa los españoles todos pero nadie nos lo dijo con claridad porque quedaba mal, porque la ultraderecha se hubiera partido la caja con la frustración de las manifas moradas y el mensaje ideológico hubiera sido de aguachirle. Preguntado por un periodista francotirador antes de la censura institucional que se impondría días después, Fernando Simón dijo que salir o no salir era una decisión personal, tuitiva casi, y que él no le impediría a su propio hijo que acudiera a manifestarse.
No tiene sentido entrar ahora en un debate ya estéril. Ni la culpa de los contagios de Madrid, Valencia o Barcelona la tuvo el 8-M ni tampoco ayudó en nada la inmovilidad de un gobierno que no quería quedar de alarmista por precipitarse. Un mes después, el 8-A, la preocupación institucional no se centra en facilitar EPI's dignos a sus sanitarios, en recuperar a los más de 10.000 de ellos que han caído contagiados, en procurar que nuestros abuelos no perezcan en masa en las residencias geriátricas, que los contagios se reduzcan y descienda el número de bajas de contratos de telefonía y el de licencias de enterramiento en las comunidades autónomas chivatas. No, la preocupación del gobierno Sánchez-Iglesias es acabar con los bulos y fake news que dicen poblar nuestros grupos de Whatsapp y las redes sociales: esa es la prioridad ahora mismo. Que entre tanta confusión de noticias, bulos y desmentidos, nadie pueda elevar el dedo acusador contra los que tan tarde e insuficientemente, quizás, han reaccionado.
Muchas empresas, autónomos y Pymes se han visto obligadas al cierre de sus negocios, a efectuar despidos y ERTE's (que no se integran el INEM, claro, claro) mientras que otros, los 30.000 abogados de España, por ejemplo, se ven impelidos a prestar unos servicios "esenciales" e invisibles puesto que nadie puede acudir a sus despachos cerrados. Se obliga así a los letrados a pagar cuotas, mutuas e impuestos sin derecho a ayudas por cese de actividad ni paro, y lo que es mejor, se les confina al teletrabajo; el mismo que no existe en los juzgados de España porque la maravilla tecnológica del milenio —o sea, Lexnet— no está desarrollada para ello.
Mientras miles de trabajadores "disfrutan" de vacaciones retribuidas forzosas, la administración de Justicia reposa en casa, temerosa de la avalancha de escritos procesales que destruya un aparato ya de por sí lastrado por la incompetencia y la voluntaria falta de medios. Se rumorea que habrá juicios por las tardes y los sábados por las mañanas, y que el mes de agosto será hábil. Confío en que sea otro bulo más de esos que dice perseguir el ministro Grande-Marlaska, el mismo que dijo no tener nada de lo que arrepentirse en relación a la gestión de esta crisis que ha costado más de quince mil muertos ya.
"No podíamos prever lo que iba a ocurrir", canta cual papagayo la ministra "portavoza". Todos somos el Capitán aposteriori, o sea, el facha que no comulga con ruedas de molino. Claro que podían ustedes preverlo, ya lo creo que sí. No había más que mirar a Wuhan (tres meses han tardado en volver a salir de sus casas) o, para no irnos tan lejos, al vecino país alpino, donde los milaneses y lombardos cayeron diezmados en tiempo récord. Se lo leí a un periodista amigo y se lo tomo prestado: el gobierno tenía en su poder una máquina del tiempo con la que podía ver el futuro y no la usó; se llama Italia. ¿Por qué?
Era de suma importancia presentar al nuevo gobierno como sensato, respetuoso de las cuarentenas (bueno, menos ya saben quiénes), que apostara por lo público (bueno, tampoco seamos estrictos), siempre pendiente de lo que diga la O.M.S. (bueno, con cierto retraso), y los expertos (bueno, vamos cambiando el protocolo según vayamos viendo) o la Unión Europea (bueno, son insolidarios con nosotros porque nos tienen celos).
Ayer fue 8 de abril y seguimos encerrados en casa, como tiene que ser. Los globos sonda —un tipo de bulo socialmente aceptado— impulsados por quién sabe qué fondo de inversión no paran de aparecer. ¿Qué pensamos sobre ellos? ¿Deben salir los niños a la calle con sus padres? ¿Debe la justicia volver a funcionar a partir del 13 de abril? No parece enterarse el gobierno de Pedro Iglesias de que la vida de la gente está por encima de la economía, que tanto le preocupa, al parecer. El confinamiento ha de mantenerse en el tiempo aún y los de Nadia Calviño y la sonriente ministra de trabajo tendrían que empezar por tomar medidas traumáticas que salven más vidas que empleos: así conseguirán que el bipartito no parezca lo que el 8 de abril ya es: el hazmerreír de toda Europa.

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