Si hay un programa que trabaja por la identidad europea es Erasmus. La oportunidad de nuestros jóvenes de moverse por el continente y conocer estudiantes de otras culturas hace que se sientan parte de un todo mucho mayor que la patria chica de la que proceden. Pero no solo universaliza y agranda los límites más allá de la identidad nacional. Encontrar fuera de España a compatriotas minimiza las diferencias y propicia el conocimiento, la curiosidad por el otro. Favorece un encuentro en el que se derriban con normalidad las fronteras del terruño.

Nosotros hemos tenido estos días en casa a una pareja que nuestro hijo conoció en Suecia. La convivencia europea les brindó a una vasca y un valenciano un terreno neutro en el que surgió la oportunidad de conocerse y gustarse. En las conversaciones de sobremesa que hemos tenido, ha surgido, entre otros, el tema de la lengua. Ambos comentaban que habían tenido problemas para escribir y utilizar el castellano cuando salieron fuera de su comunidad autónoma para estudiar. Ella no conocía los tecnicismos básicos en matemáticas tales como “elevado a”, por ejemplo. Él confiesa que tenía dificultades para escribir sin faltas de ortografía.

A mí me parece que no enfocamos bien el problema del bilingüismo. Hacemos mal en convertirlo en un arma política arrojadiza. No tiene sentido que los planes de estudio reduzcan el castellano a una asignatura anual, como tampoco lo tiene que consideremos que quien se expresa en una lengua materna diferente a la nuestra es un enemigo a batir. Las lenguas son riqueza cultural, patrimonio de todos. Pero es necesario garantizar que las dos lenguas se asimilan en igualdad de condiciones. Cualquier otro planteamiento supone una desventaja para el ciudadano, que se verá en la tesitura de tener que priorizar una de ellas en cada momento.

Que nuestros jóvenes se muevan por Europa sin complejos es un logro irrenunciable. Que las universidades ofrezcan proyectos multiculturales en España y fuera de ella hace mucho más por la unidad nacional que cualquier programa político. Que María use con naturalidad el euskera para jugar con nuestra perrita gaditana es un precioso símbolo de convivencia cultural.

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