Este fin de semana fútbol, tenis, baloncesto... Si decimos que al menos la mitad de los españoles dedicará algún momento del próximo fin de semana a ver o practicar deporte y que muchos pagarán por ello, es probable que nos quedemos cortos. Los héroes ya no son guerreros, sino deportistas que permiten dar rienda suelta al orgullo colectivo y las aficiones, ejércitos de incondicionales cuyos logros y frustraciones están en manos de sus ídolos deportivos. La economía tiene una explicación para sus ganancias astronómicas. El precio de las cosas no depende solo de aquello para lo que sirven, sino también, y sobre todo, de su escasez. Es la razón por la que un diamante vale mucho más que el agua, pese a su menor utilidad.

El dinero busca la enorme capacidad de movilización de personas que tiene el deporte, pero también las emociones que hay detrás de la "fidelidad a los colores" que representan a un país o una ciudad y el fútbol es el rey. Ningún otro deporte mueve a tantos practicantes y administradores. A tantos aficionados, observadores, medios de comunicación y empresas proveedoras de material deportivo. Tampoco tanta rivalidad y capital social organizado en torno a clubes y peñas que, en algunos lugares, conforman una extensa y poderosa red de vertebración social. Contar con un club de fútbol en primera división en España es una fuente de ganancias de todo tipo, incluidas las políticas. Estamos, por tanto, ante un mundo complejo en el que todos participan en competiciones y en condiciones de aparente igualdad, pero que siempre ganan los mismos: unos cuantos países europeos y latinoamericanos a nivel de selecciones y un reducido número de clubes en las competiciones nacionales e internacionales. La explicación vuelve a estar en el dinero.

Los clubes que lideran las grandes ligas europeas tiran de talonario para ganar competiciones y llenar de orgullo a sus aficiones, sin que apenas participen jugadores salidos del propio club. Los valores tradicionales del deporte (esfuerzo, habilidad, potencia, inteligencia, etcétera) han sido definitivamente desplazaos por el espectáculo y el mundial de Qatar es una evidencia palmaria de que esto no ha hecho más que empezar. La presencia del dinero en el fútbol y la forma en que se reparte no solo determina la estabilidad de la jerarquía de clubes y selecciones, sino que también vertebra su estructura global. La pujanza económica del fútbol europeo lleva décadas atrayendo a las figuras latinoamericanas y más recientemente al mismísimo capital financiero, pero en Qatar algo ha vuelto a ocurrir. Ha sido el fútbol el que se ha desplazado donde está el dinero, como la final de la Supercopa de España.

De mundial de la vergüenza ha sido calificado por, entre otras cosas, las sospechas de sobornos y corrupción en la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), pero no descartemos que, si el espectáculo sigue imponiéndose, el vínculo tradicional entre clubes y aficiones termine quebrándose y alguno termine emigrando, atraído por el dinero caliente. En las grandes ligas norteamericanas de beisbol o baloncesto ocurre con frecuencia porque saben que el apoyo de la afición no vale tanto como la audiencia televisiva.

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