Análisis

Rafael duarte

Desidias y veranos

La violencia ha ganado guerras siempre. El odio ha colmatado las fosas comunes

Ayer mismo, en una tumbona en mi jardín colgante, leía, displicente, bajo el rótulo donde puse, a las aladas canas desidiosas del olivo de plata que prefiero -parodio versos de poetas y los reflejo en mis árboles-, leía, digo, una novela por placer. Es un tomo de folletines del Blanco y Negro de los años 30. Procedente de Liverpool, de Edouard Peissón. Torno a las novelas de la infancia y de navegantes. Crucero mental, aunque esta es una repetición del naufragio del Titanic. Gozaba con el lenguaje marinero, guindaleza, alidada, con la frescura narrativa, el léxico elevado y con la creación de los personajes, inquietantes, solitarios, ariscos. Y, por supuesto, con mi Diario de Cádiz, también para leer todo lo que no perturbase la paz de la lectura, la sombra del olivo, el cielo de la tarde.

Siento modorra . El patio parece la cubierta de un candray. También leí Mobi Dick irrepetible e inmortal. Y Trafalgar, de Pérez Galdós, y Pirata, de Walter Scott. Me imagino el balanceo de los navíos. El mar con su hinchazón rompiente.

De pronto en la calle se forma una guerra de insultos. Un oleaje de palabrotas. Un perro que ataca a otro. Los dueños, dueñas en este caso, se ponen de vuelta y media. Cuarto y mitad de tacos. Los que todos conocemos y alguno más: hinchacarrachas, colleja y maturranga. Los oí claramente. No sé en qué parte de España se usan, pero una de ellas, escritora y editora, las sabía.

En pleno pollo, jaleo, guirigay, los canes dejan de ladrar y uno defeca. Personalmente creo que el insulto es la caspa adyacente de los viejos odios. Los animales no son resentidos. Se calman pronto. El resentimiento es la levadura del odio. El motor de la destrucción interna. El lodo muerto de algo sin enterrar.

Cualquier vicio, acto o disfunción está en el hombre antes que en los animales. El horror es creación humana. El amor es una enfermedad de las bellas artes.

Me estaban dando un curso instantáneo de agresividad. Tu perro se ha cagado. No. Ha sido el tuyo. La violencia ha ganado guerras siempre. El odio ha colmatado las fosas comunes que fueron, son y serán. Matraca, engurruñía, peje y panarra.

Recoge la mierda. No. Mi perro lo hizo en casa.

Estás infligiendo las leyes.

No creo. No suelo infringirlas.

Pues ve preveyéndolas, que sí lo haces.

Tras el diálogo ofensivo, me costó trabajo asumir que conocían largamente el léxico insultativo y menos el léxico académico.

Triste. Volví a las páginas. Orzas, drizas, obenques, marolas, maretazos…Logré seguir. Hasta tal punto que deseé que el caballo de Troya hubiese sido un barco ofrendado a los dioses, como fuera en Egipto, ante Isis o Isthar y no un viejo caballo con el odio en las tripas.

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