Reconozco que llevo esta segunda ola bastante peor que la primera. Será que quemé entonces mis reservas psicológicas, o que, pese a que al principio todos los pasos se daban a ciegas, y hubo errores y mucha improvisación, parecía que todos teníamos el objetivo más claro.

Se decreta el estado de alarma, pero al día siguiente la crème de la crème de la política y el empresariado español se va de fiesta. En el mismo informativo escucho a un viceconsejero de Sanidad pedir a los ciudadanos que procuren quedarse en casa, mientras su alcalde les anima a salir de cervezas. Se recrudecen las medidas: aquí, en Francia, Alemania, Bélgica… pero leo que en algunas ciudades confinadas se han dejado fuera de la zona prohibida a los centros comerciales. En un pueblo se ven obligados a decidir por sorteo quién podrá visitar el cementerio este puente. Mientras, una famosa hace tests masivos a sus amistades y los lleva luego a una isla privada para celebrar su cumpleaños sin mascarillas ni distancia.

Trato de asimilar y ordenar todas estas informaciones, al tiempo que mi vida social se extingue: en casa somos cuatro, si quedamos con otra familia nos pasamos del cupo. No podemos ser ocho personas dando un paseo por el campo (a no ser que paguemos, porque si es una actividad organizada con guía nos dejan ir hasta 15), pero en los banquetes en interior autorizan hasta 50 invitados. Animo a mis conocidos a que se casen, aunque sea en segundas nupcias, por tener una excusa para vernos. Las navidades empiezan a empañarse. Vamos a tener que ir organizando un bautizo para la tarde-noche del 24 de diciembre (hasta las 23:00) si queremos cenar en familia.

Vuelvo a las lecturas de la primavera: el BOE, el BOJA.

Evito las calles con gente cuando voy a correr y llevo la mascarilla preparada por si en alguna zona no puedo esquivar a los viandantes. Aún asi, me llevo miradas de reproche por no tenerla puesta todo el tiempo. A la vez, hay quien me tacha de exagerada por no querer reunirme con siete personas o por negarme a un abrazo. Haga lo que haga, me supera la sensación de estar equivocada. El desconcierto me está agotando.

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