Adecidir, qué, sobre qué. Vayamos por partes. Como casi todo el mundo vive en un bloque de pisos dentro de una urbanización, en una ciudad con su alcalde, sus concejales, sus plazas, sus calles y sus cacas de perros, es normal, pues, que exista un presidente de la comunidad, o sea, un comandante de escaleras que represente a sus convecinos durante un periodo de tiempo.

Conozco a uno que es (o ha sido), recto y honrado. Jamás cayó en la tentación de poner el cazo hasta que llegó el primero con el sobre convincente para que se le adjudicara el revoco y pintado de la fachada; obviamente fue agraciado. Una pasta, oiga, entre el costo real de la obra y el importe de los sobres. A algunos vecinos mal pensados se les notó un cierto mosqueo, nada que pasara a mayores porque la directiva 'puso en valor' lo que habían aguantado con el Ayuntamiento por aquello de que el Concejal de Urbanismo, el de Desarrollo Sostenible, el de Vías y Obras..., tiesos todos con la boca abierta y a salto de mata. ¡Pobres!

Pero el mosqueo no cedió: fue a más, y para contrarrestarlo convocaron una reunión extraordinaria y con la verborrea sublime que manejan los seres superiores, convencieron a los demás de que había que emprender drásticas medidas: independizarse del municipio gracias esa inalienable vaguedad llamada derecho a decidir. Táctica de distracción. ¡Qué labia!

-¡Al carajo el Ayuntamiento! Vecinos, por la que nos han hecho pasar, a partir de ahora ni pagamos el IBI, ni el alcantarillado, ni la recogida de basuras, y a ver qué pasa. Es más, exigiremos que nos devuelvan lo que les hemos pagado por todos esos impuestos injustos, muy por encima de las prestaciones recibidas porque, sabedlo de una vez: el Ayuntamiento nos roba. ¡Sinvergüenzas, ya está bien de tiranías! Nuestro derecho a decidir está por encima de las Ordenanzas Municipales, del Estatuto de Autonomía, del dictamen de los jueces e incluso del Tribunal de Estrasburgo. ¡Con dos cojones!

Ante la pasividad de los botarates de la Administración, los bloques de alrededor, al principio, guardaron silencio esperando ver qué pasaba. De momento, nada, miraban al bloque "independiente"como si fuera Gibraltar, pero les fue germinando la idea del agravio comparativo y de ahí a preguntarse con demagogia: ¿Qué es un Ayuntamiento para imponer obligaciones cuando el derecho a decidir de la ciudadanía está por encima de toda componenda partidista? Total, que pusieron un cartel a la entrada de la barriada donde se leía en letras doradas: GUAI, más abajo Gran Urbanización Autónoma Independiente.

Al principio causó estupor a los que pasaban por delante, pero medida que la urbanización se convertía en fantasma de lo que fue, dejaron de entrar los carteros, los repartidores de publicidad y hasta los cobradores de recibos. Cerraron tiendas, bancos y las peluquerías de señoras, en aras a su sagrado derecho a decidir más allá de los tímidos intentos del Ayuntamiento incapaz de arriesgar votos y acabar la sedición de un plumazo, llegó a representar una imagen tercermundista.

Los ediles -que en el fondo creían también que el derecho a decidir era sagrado aunque fuera una parida de unos cuantos listos- se hicieron los remolones. Jamás un lema tan estúpido, parido con el culo de una minoría y el silencio cómplice de la mayoría acobardada, había ocasionado tanto revuelo.

Toda esta historia puede escribirse de muchas formas aunque en el fondo todo parta de la misma gilipollez.

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