Cuando era pequeña y me esmeraba en observar el mundo adulto para entenderlo, lo hacía con esa sed de aprenderlo todo que solo tienen los niños. Había muchas cosas que se me resistían (algunas sigo sin entenderlas), pero recuerdo especialmente el mensaje oscuro de algunos carteles. “Coto privado de caza” y “Reservado el derecho de admisión” eran dos de los que más se me atragantaban.

El primero me resultaba terriblemente confuso. Me explicaban que era un lugar para cazar, pero para mí el término “privado” solo tenía el significado de “prohibido” o “carente de”, de manera que no me quedaba claro si era un lugar dedicado a la caza o donde se la prohibía. Ahora que lo entiendo, todavía no dejo de pensar que habría sido mejor si lo hubieran llamado “Coto de caza privado”.

“Reservado el derecho de admisión” me sigue inquietando. Y es que una cosa es el espíritu de la ley (garantizar el cumplimiento de requisitos legales creados para impedir el acceso a personas violentas a un evento o espectáculo) y otra muy diferente el uso que se le da (prohibir la entrada de manera subjetiva a toda persona que no vista o calce a gusto del portero de una discoteca).

El BOJA lo deja muy claro en su artículo 6 cuando señala que las restricciones nunca pueden suponer “discriminación o trato desigual de las personas que pretendan acceder al establecimiento público basadas en juicios de valor sobre la apariencia estética”. Es decir, el propietario puede fijar alguna norma, pero debe haber sido previamente aprobada y sellada por la Administración y la lista de los requisitos de exclusión (que no pueden ser arbitrarios ni discriminatorios) debe aparecer bien visible junto al cartel que contiene el dichoso “reservado el derecho de admisión”.

Entonces, ¿cómo es posible que los fines de semana de verano aumente la edad permitida para entrar a un local o los porteros veten determinadas camisas o zapatillas o incluso obliguen a los chicos a quitarse los pendientes para acceder? ¿Una camisa con palmeras es más amenazante que una con botoncitos en el cuello o el peligro emana directamente de los pendientes? ¿Quién dicta estas normas de elegancia? Me parece que se trata de un caso más de chulería y abuso.

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