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Análisis

Tacho Rufino

'Déjà vu' de las dos crisis

Mientras que en la anterior recesión se trataba de castigar a los desaplicados, entre ellos España, la cosa es ahora bien distintaLas recetas de curación de 2008 y 2020 no sólo son distintas, son hasta contrarias

Un déjà vu significa "ya vi", aunque se utiliza como estándar en todos los idiomas para describir la sensación que de vez en cuando tenemos de haber vivido con anterioridad una situación que, en realidad, estamos viviendo por primera vez. En estos momentos, es natural que las personas de a pie y las de a caballo -expertos tengas, y cada cual te prediga el futuro- nos asalte un déjà vu que nos retrotre a los años posteriores a 2008, y nos evoca rasgos de aquella crisis cuyas causas son distintas a la actual, aunque sus efectos sean muy similares, dando paso a un quinquenio que ya llaman los manuales Gran Recesión. Lamentamos con zozobra las muertes habidas y por venir, pero es inexcusable intentar prepararse para la que se nos viene encima. Economía, sí. Aquella crisis dio paso -centrémonos en la Europa comunitaria, y en concreto en nuestro país- a un periodo de control férreo interior y exterior de los presupuestos públicos tras los "rescates", o sea, los rellenos de agujeros patrimoniales del Estado, así como los una banca cajaria hoy extinta o metamorfoseada, además de la ruina del eslabón más débil, es decir, muchos ahorradores y cientos de miles que perdieron el empleo e incluso el hogar. Recuerden: austeridad, recortes. ¿Dónde los recortes? Pues en todos lados, pero sobre todo en aquellos gastos e inversiones públicos que, por ser de mayor magnitud y proporción, dan más juego. Sanidad, en primer lugar. Ahora, el déjà vu y las similitudes tienen más que ver con las consecuencias sobre el empleo, el PIB y la estructura económica que con las recetas para combatir la nueva recesión, inexorable. Y ahora, todo menos recortes: hay que resucitar. Y no se resucita haciendo dieta estricta. Si aquella ha sido bautizada como Gran Recesión, no sé qué términos tenemos libres para ésta.

Las recetas de aquella gran crisis fueron el castigo a las economías pecadoras. Recuerden, los PIGS, cuya S es de Spain. El bien superior eran la estabilidad del euro, el déficit cero y la devolución del rescate, para lo cual había que aplicar a los pecadores duras restricciones de gasto, lo que lleva de la mano una caída de los ingresos, porque el gasto público en sanidad y educación crea a su vez economía. Convengamos que aquello fue inevitable; no debatamos aquí si de aquellos polvos recortadores, parte de estos lodos negros como la muerte. El caso es que las recetas de ahora son en buena medida las contrarias: hay que inyectar dinero público por un tubo en los sistemas económicos, tocados también de muerte. Según el FMI -mejor no recordar los infaustos informes de su Era Rato, previos a aquel crac-, la caída del PIB, indicador quasi soberano, va a ser histórica en 2020. Sus previsiones para las cuatro mayores economías de la zona euro: Italia, -9,1%; España, -8%; Francia, -7,2%; Alemania, -7%. Son batacazos descomunales. Pensemos que una desviación de un 2% del PIB en un año normal es una catástrofe. Evidentemente, este no es un año normal.

La magnitud del golpe es, pues, la diferencia básica de los dos momentos de derrumbe. El tiempo en que se ha producido, fulminante en el caso vigente, es otra disimilitud clave. Y el tiempo es a su vez la variable fundamental en la recuperación: como en cirugía, cuanto más tiempo estén los órganos -las empresas, la actividad- paralizados en el postoperatorio, más larga y dura será la recuperación. Hay otra diferencia digna de ser mencionada: mientras que en aquella crisis financiera había unos culpables meridionales y unos virtuosos nórdicos, ahora todos estamos en mismo saco: muertos hay y habrá en todos los países, incluso en esa Holanda regida por hipócritas prepotentes. Todo lo cual mueve a endeudarse como en familia: la cosa está en los avales.

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