“Lo que es tuyo es de todos”. No creo que nadie aceptara esta afirmación, nos aferramos a lo que poseemos. “Tener” es uno de los diez verbos más usados en castellano junto a ser, estar, hablar, decir, sentir, tomar, ver, mirar e ir. Tenemos ganas, la razón, prisa. Tenemos miedo, sueño, hambre, depresión. Tenemos clase, tenemos la palabra. Tenemos vergüenza, calor, nervios, años. Tenemos las de ganar y las de perder, a veces hasta lo tenemos crudo. Tenemos casas, coche, ropa, calzado, móvil… Normalmente no nos disputamos las posesiones. Sin embargo, desde que internet es imprescindible en nuestras vidas, se ha hecho viral la exigencia de que el artista comparta gratis lo que es suyo.

Si alguien quiere renovar el salón o el colchón, o le apetece una cerveza o una camisa nueva, va y la compra. Quizás pida descuento o intente regatear, pero al final paga. Sería ridículo que alguien llegara a una tienda y exigiera un producto sin más. Sin embargo, en el mundo de la creatividad, nos hacemos los remolones a la hora de pagar.

Especialmente en nuestro país, la exigencia de tener música, series o lectura gratuita, está acabando con la posibilidad de los artistas de salir adelante. Se conocen mil triquiñuelas para la descarga de discos, libros, pelis. Cuando alguien quiere hacer correr un mensaje por la web, coge una frase conocida que ha oído por ahí, o se la inventa, y dice que es de Borges o de García Márquez o de Neruda, qué más da, la toma y la deja correr. En estos términos la idea de posesión se desdibuja.

Hace unos días, cuando subí a Facebook una de estas columnas, la ilustré con la viñeta de un dibujante al que nombraba en el texto. Antes le pedí permiso y le aseguré que, si no me lo daba, la retiraría en seguida. Me contestó asombrado, habituado a que la gente use sus creaciones sin molestarse ni siquiera en mencionar al autor.

Si nos preguntaran si nos interesa el arte, si lo apoyamos y lo creemos necesario, estoy segura de que la mayoría diríamos que sí. ¿Por qué entonces no nos resulta lógico pagar por él? La única forma de proteger a un artista es dignificando su trabajo, dándole un respaldo económico que le permita seguir creando. No se alimentan del aire.

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