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La esquina del Gordo

Cuento de Navidad

Entonces primaban las relaciones humanas entre humanos capaces de amar y perdonar

El ángel que colgábamos en mi casa sobre el portal de Belén llevaba un pergamino que decía: "Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad". ¡Menudo machismo! ¡Pura misoginia de la España imperial! Ni se sabe cómo los niños de entonces podíamos soportar la exclusión de las mujeres y a las niñas. Claro que a los niños (y a las niñas) de entonces nos sobornaban con polvorones y con una pandereta en el mejor de los casos y, cuando llegaban los Reyes, con una pelota o una pepona de cartón. ¡Qué discriminación sexista, pordió!

Pese a la opresión fascista, a cada niño y a cada niña, llegados a una cierta edad, -¿once, doce, trece años?- se nos cambiaba la forma de mirar, y de la inocencia igualitaria se pasaba a una curiosidad anatómica que desembocaba en rubores y risitas cómplices. Los niños, según su estrato social, aspiraban a ser torneros-ajustadores, o practicantes, o peritos y, en el delirio de las grandezas, médicos o ingenieros. Las niñas, antes que nada, las empujaban para ejercer en el futuro de hacendosas amas de casa: bordaban, hacían punto de cruz mientras se desenvolvían en la cocina y en las tareas del hogar. Sí, también las había estudiando magisterio y algunas, pocas y muy selectas, hasta piano. ¡Una salvajada!

Las relaciones entre ellas y ellos empezaban en un tonteo de miraditas; saludos de adiós, adiós en los paseos después de las misas dominicales; en 'coincidir' una tarde en el cine, no a solas, sino en pandillas que era la única forma de camuflarse, sobre todo ellas. Y un día, casi por sorpresa: el encuentro. Ella con la hucha del Domund o del Día de la Banderita o simplemente en el ultramarinos de la esquina para no pecar de clasista. Y si empezaba el lío, se convertía en esa cosa larguísima que se llamaba noviazgo y que, la mayoría de las veces no pasaba de la casapuerta, pero si se remataba entrando en casa (de ella), ya había de por medio un ajuar casi completo. También empezaban los deseos contenidos. Sí, ella era buena, sacrificada, pero tan puritana… Y él, bueno, él era un pulpo con el que mantener a salvo la virtud era una lucha titánica que se empezaba por los besitos y se terminaba o tarifando o en boda y caso de que la novia llevara bombo, nadie se enteraba hasta siete meses después porque la criatura era sietemesina.

Nunca conocí a nadie que se echara en cara ser de derechas o de izquierdas como hoy hacen sus nietos. La gente en general andaba atareada en el día a día con la certeza de que el trabajo era la única garantía de futuro en paz.

Recordar esto ahora y convertirlo en cuento de Navidad no tiene ninguna intención, sino señalar que entonces, pese a todo, primaban las relaciones humanas entre humanos capaces de amar y perdonar; más si cabe cuando, llegadas estas fechas, hasta los ángeles de los belenes pregonaban paz y amor a los hombres de buena voluntad sin que las mujeres se sintieran discriminadas.

¡Feliz Navidad!

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