C OMO no soy discreta y no sé usar el móvil, todo el mundo se enteró de que me iba a Cuba. Y ahora que he vuelto, qué podría contarles en resumen. He pensado en un texto de un cronista de Indias que otro artista, en el XX, tituló La isla infinita: "Preguntó Colón a los indios de aquel lugar si era tierra firme o isla, y le respondieron que era tierra infinita de que nadie había visto el cabo aunque era isla...".

Multipliquen la paradoja por 500, que son los años que está a punto de cumplir La Habana. Sobre la insostenible economía de la isla, vean el documental La singular historia de Juan Sin Nada (2016), de Ricardo Figueredo. Contra los tópicos: no es cierto que para hacer feliz a un cubano baste con darle un bolígrafo, una propina pequeña o compasión (al turista lo exprimen hasta el tubo del hueso). No es cierto que todo esté cayéndose a pedazos: hay milagros en pie en la Habana Vieja, Santiago o Trinidad. Odio a lo español no hay (aunque sí un arisco recelo cimarrón a lo blanco-blanco): carne de su carne, somos ya cauterizada historia; los estadounidenses nos hicieron buenos. A favor del tópico: qué calentita el agua del Caribe; qué lindo vivir anestesiado entre música y ron; qué tiernos los carteles pedagógicos: "Hasta la victoria siempre"; "El mejor sermón es el propio cadáver"; "Vergüenza contra dinero"; "Un pueblo culto cuida sus áreas verdes". Qué entrañable la alfabetización: a punto de morir de calor en un cuarto de baño, escucho cómo una de las cuidadoras del aseo le está leyendo en voz alta a la otra una novela ejemplar. Nada es solo lo que se ve, ni solo lo que parece. En el Museo Nacional de Bellas Artes hay una magnífica escultura de Roberto Estopiñán: se titula "Ícaro" y muestra cómo interminablemente cae un hombre que quiso tocar el sol, y que tiene la forma -cocodrilo derritiéndose- de la isla de Cuba. Leo el epitafio de Lezama Lima: "El mar violeta añora el nacimiento de los dioses ya que nacer aquí es una fiesta innombrable". Si yo fuera un dios o mismamente Hemingway me gustaría sobrevivirme o suicidarme en Cuba. Al crepúsculo. Con los ojos de orisha sangrando licor de azúcar y envuelta en el perfume de esa flor blanca que llaman mariposa.

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