No sé por qué razón los acontecimientos que están ocurriendo a nuestro alrededor me traen a la memoria los sucesos que se desencadenaron con la llamada I Cruzada. La propuesta del papa Urbano II a la nobleza francesa y europea para reconquistar los Santos Lugares y liberar a Jerusalén del yugo turco no cayó en saco roto, sino que suscitó un gran movimiento al grito de "Deus le volt", es decir: Dios lo quiere. Enseguida esta propuesta papal, que teóricamente iba dirigida a la nobleza y a sus huestes, es decir a aquellos que podían aportar los medios para la guerra y afianzar los objetivos, pronto cayó en manos de un iluminado, Pedro el Ermitaño, que sin encomendarse a nadie impulsó un movimiento dirigido a las clases humildes, es decir al campesinado de la época. Su éxito no se hizo esperar y, contraviniendo la organización que el poder fáctico tenía organizada para el evento, pronto congregó a su alrededor varios miles de personas que iniciaron la marcha hacia la Jerusalén ansiada. El entusiasmo levantado por las palabras de Pedro hizo mella en los enfervorizados campesinos que sin pensar en los peligros del camino, la falta de alimentos o los peligros de un enfrentamiento armado, se lanzaron a la liberación de los Santos Lugares muriendo la mayoría de ellos en el intento. Un cristianismo que pregonaba "mi reino no es de este mundo", pronto mezcló el poder terrenal con los objetivos espirituales y todo perdió el sentido del mensaje del Maestro. Todo valía si se hacía bajo el paraguas de la fe.

Hoy, cuando veo a determinados personajes de este país acudir a los juzgados acompañados de una masa entusiasmada, no dejo de pensar en aquellos campesinos enfervorizados al grito de Dios lo quiere. Una multitud en busca de una Jerusalén, sin importarle las consecuencias y sin conocer los objetivos espurios de la clase dominante. ¿De verdad alguien piensa que una idea vale más que una gota de sangre derramada? ¿Nada hemos aprendido de la historia en todos estos siglos? De cruzadas y cruzados nos libre Dios pues ya sabemos en qué acaba todo esto: los pobres sufriendo y los poderosos riendo.

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