Porque, entre las exclusividades y prestancias de este cierro, se encuentra la movilidad o la traslación de aquí para allá. Desde un cierro que, como siempre digo, lo veo todo, y, lo que no se atisbe desde él, me lo imagino. Un cierro panorámico, de un alcance inusitado, insólito e increíble. Se divisa, además de toda Chiclana y La Isla, una gran parte de esta bahía de Cádiz y mucho más, hasta todo el itinerario del tranvía-fantasma que cruza esta ciudad y La Isla camino de la capital. Una importantísima parte de esta grandiosa provincia de Cádiz a la que pertenecemos y de lo que nos sentimos enormemente orgullosos. Casi atalaya más que un simple cierro o un alcor más que una sencilla balconada. De mágicos cristales desde los que se abarca y domina esos coloreados horizontes y profundizan a su vez en el deterioro de este panorama de lo político y social que nos ha tocado vivir y padecer.

Y tantas cosas que veo en esta acogedora Chiclana, como, por ejemplo, algo tan significativo que en muchos momentos del día o de la noche se ve una Chiclana desierta. Algo que siempre se ha dicho que la culpa de ello la tiene el campito. Vestirse el chándal apropiado, coger el perrito y marcharse para allá, también junto con la correspondiente suegra. Además, en esta desértica ciudad, hay momentos muy determinados, donde se ve también, cuando esos habitantes no han visitado ese día el campito, una Chiclana envejecida de mucho bastoneo y carruajes o arrastre constante de pies. O esa enorme cantidad de perrazos o perritos que pasean y ensucian la ciudad, algo que aún no se ha corregido por parte de las autoridades competentes. También, como ya he dicho alguna vez, veo ese constante gafismo imperante de quinceañeras o más, su colita en el pelo y el móvil entre sus manos. Como también se ve continuamente más mujeres conductoras que sus pobres hombres. Y a ese alcalde Román que lo veo todos los días fotografiado en este Diario: qué habilidad hay que tener con una campaña electoral constante y eterna. Pero, además, también veo tantas bicicletas por doquier que interrumpen permanentemente el paso del puto tranvía. Y otra cosa observable desde aquí es ese gorrismo tan en boga que va aniquilando los rostros de sus propietarios.

Y ya finalizando, mi mosqueado lector, no sólo vi sino que conocí el pasado viernes al actual alcalde de la bonita Vejer, José Ortiz, en una charla que dio en mi sentimental y querida "Bodegas El Carretero" en un acto organizado por los populares chiclaneros bajo la batuta de nuestro próximo alcalde Andrés Núñez.

Aunque hay muchas cosas más que veo, pero que ni debo ni deseo contar. La próxima vez hablaré de lo que no veo. O sea.

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