Gane quien gane las elecciones, sean cuales sean, nos va a gobernar el algoritmo. Esa fórmula hecha a base de recopilar información íntima de cada persona es la que, en última instancia, lo decide todo, desde el precio de los combustibles hasta qué ley hay que aprobar. El algoritmo te escucha y anota por dónde te mueves, y con quién, de qué hablas con tu gente, qué buscas en internet, qué asuntos te preocupan, qué frigorífico te vas a comprar, qué seguro médico te es más útil, qué sueldo mereces, si es que mereces alguno, qué música te gusta, qué opinas de los grandes temas filosóficos del momento, quiénes son tus ídolos y tus demonios. No es que te espíen, es que tú le proporcionas toda esa información de gratis, casi sin percatarte, aceptando cookies, abriéndote cuentas, instalando aplicaciones, rellenando encuestas, enviando correos, subiendo fotos, enviando currículos. Así, el algoritmo y su superinteligencia acaban definitivamente con la igualdad de oportunidades. El futuro de las nuevas generaciones está escrito, desde que nacen, en códigos matemáticos. Y eso es una mierda (en mi opinión, claro, tan válida como la tuya).Ante este presente distópico, trolear el algoritmo, confundirlo, tratar de volverlo loco, se convierte en un acto subversivo. Por ejemplo: Lee la prensa que no te gusta, navega por páginas web de los deportes que más odias, pincha en los anuncios de cosas que nunca querrás tener, compara precios de viajes que nunca harás, falsea tu biografía en las redes sociales, ponte películas malas a deshora, compra libros sin ton ni son de temáticas disparatadas, apúntate a veinte sectas y asociaciones al mismo tiempo, miente en las encuestas.A menudo, entre mis colegas, cuando nos reunimos en la plazoleta, discutimos sobre este tema en voz baja y usando palabras codificadas, para que nadie allá arriba sepa qué estamos tramando. Y llegamos a una obtusa pero clara conclusión: No servirá de nada pero, ¿y lo que nos reímos?

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