No sé si ustedes también sufren de agotamiento mental, saturación absoluta y hartazgo en estos días. Quiero pensar que no, y que todos estamos pletóricos viviendo esta intensa fiesta de la democracia (extraño concepto de las fiestas tiene quien acuñó esta expresión). Pero no entraré en camisa de once varas, políticas. Vengo a hablarles de esperanza y de colegios, que no son los electorales precisamente, a pesar de que en la batalla por el voto no se planteen buenos cambios para el tejido del sistema educativo. Se olvida, porque interesa, que los docentes son el motor del vehículo que nos conduce al futuro, en unos tiempos en los que se vende solo humo. El motor, aunque potente, es frágil y puede dejar de funcionar en cualquier momento por falta de combustible o por suciedad acumulada en el depósito durante años.

La idea abstracta de la Educación de la que se habla de forma vacía en las campañas por el poder se aleja mucho del entusiasmo por enseñar y aprender. Seguramente porque los que dictan leyes desde despachos silenciosos nada saben del ruido del patio del recreo ni han llegado a casa con la ropa manchada de tiza. Ahora, si me lo permiten, les contaré algo personal: como autora, he estado de visita en algunos centros educativos de la provincia, con lecturas infantiles, celebraciones de las letras y otras actividades. Además cuando se vive en la enseñanza, como en mi caso, y hay oportunidad de conocer otras escuelas distintas a la propia, la experiencia es más que constructiva. Tengo una gran suerte, estoy llena de optimismo. Lo vi claro el pasado abril, de visita en el CEPR Río San Pedro, en Puerto Real, centro merecedor de todo lo bueno. Ahí estuve invitada por un gran maestro, Manuel Mera, y agasajada por Ana, Reyes y María, admirables maestras y tutoras que son ejemplo maravilloso, la prueba de que los colegios se abren a la esperanza, y se convierten en refugio, en hogar.

Fue un privilegio redescubrir que la escuela sigue siendo un lugar hermoso habitado por almas extraordinarias que me esperaban con la tarea hecha, con ánimo, motivación y alegría. Chicos y chicas de quinto de Primaria, como Lola, Mauro y Moisés, que fueron mi guía en una mañana preciosa, en la que aprendí de ellos que hay luz de sobra y que los ojos pueden volver a sonreír de verdad. Volví a aquellos años no tan remotos, antes de las cicatrices que todos compartimos, cicatrices, marcas que molestan en los cambios de tiempo. Nos avisan quizás, para que viremos el rumbo. Estamos a tiempo. Pronto volverán a abrirse los colegios en domingo para que nosotros tomemos decisiones. Pero están abiertos siempre, para reconstruir y apuntalarnos los cimientos. Quizás convenga recordar que el corazón está en el aula y requiere cuidados para que nos dure. Hay mucha sangre nueva y libre que bombear para renovarlo todo. Y yo venía a hablarles de colegios y esperanza.

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