Con el inicio del curso escolar la clase política se acuerda de que los niños también existen. Seguramente porque han visto en la tele las imágenes de la vuelta al cole, se han sentido inspirados y se han lanzado a soltar propuestas.

Casi todo el debate ha estado en Madrid, pero ya que es un tema que nos afecta independientemente de nuestro lugar de residencia, más nos vale estar atentos a su evolución. El melón lo abrió Díaz Ayuso proponiendo el inicio del curso el 1 de septiembre. El PSOE subió la apuesta: que los centro escolares estén abiertos once meses al año, de siete de la mañana a siete de la tarde.

Las dificultades de las familias para conciliar sus trabajos con los cuidados son un asunto demasiado importante para tratarlo con esta frivolidad. Extrañamente, apenas es objeto de debate, pese a que gran parte de la población se ve afectada en alguna etapa de su vida. Parece que fuera un problema menor al que cada cual debe hacer frente como buenamente pueda. Y las pocas iniciativas que esporádicamente surgen están todas encaminadas a lo mismo: convertir los colegios en almacenes de niños.

Estoy a favor de utilizar las infraestructuras escolares fuera de horario, por ejemplo, para jugar y hacer ejercicio en las pistas deportivas. También de que se aprovechen sus aulas para cursos, actividades, eventos.

Pero el enfoque es justo el contrario del que nos quieren vender: se trata de aprovechar estos espacios para ofrecer oportunidades a quien desee participar de alguna actividad. No es meter en estos espacios a los niños que no pueden estar con sus familias y luego inventar contenidos para rellenar el tiempo que tengan que pasar “acogidos”.

La conciliación aborda ámbitos tan diversos como el reparto de tareas en las familias, la responsabilidad social de las empresas, la seguridad en los espacios públicos, la calidad del transporte o los horarios comerciales.

Los colegios son un espacio de formación y convivencia, no pervirtamos su función tratándolos de aparcamientos infantiles.