Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Ceremonias

Las bodas suelen ser acontecimientos completamente tediosos, en mi opinión

Aquí, en Chiclana, gustan mucho las ceremonias. Por ese motivo la privación de ellas en estos tiempos aciagos fastidia bastante a casi todo el mundo.

Claro que no somos los únicos, porque en todas las culturas conocidas las ceremonias han ocupado un lugar protagonista, especialmente las asociadas a las distintas religiones. Por cierto: casi todas esas culturas y religiones han tenido un pésimo concepto de sus propios dioses, a los que reputaban de sujetos coléricos, sanguinarios y notablemente arbitrarios.

Por ejemplo, los aztecas les ofrecían corazones humanos recién extraídos del tórax de personas vivas; supongo que con el objeto de que no se cabreasen más de la cuenta y la tomasen con ellos. Y, sin alejarnos tanto, el Dios bíblico Jehová requería sacrificios de seres vivos, incluso de humanos. El caso del joven Isaac y su padre Abraham valga como ejemplo.

Menos mal que Isaac se libró por los pelos, porque su papá, que era muy religioso, se disponía a cargárselo sin más contemplaciones por deseo expreso de Jehová (Génesis 22). Un mal detalle, desde mi punto de vista.

También los cultos griegos y romanos sacrificaban a los dioses para que les echaran una mano en situaciones apuradas, o para que no montasen en cólera y les hiciesen la gran puñeta. La pobre Ifigenia, hija de Agamenón, estuvo a punto de ser asesinada a causa de una mala predicción meteorológica. Menos mal que Artemisa (una diosa menos hijaputa) estaba al quite y la muchacha salvó el pellejo.

Pues, a lo que iba: aquí gustan las ceremonias, asociadas como digo a la religión, la católica en el caso de un País declarado no confesional. Claro que ahora suelen ser incruentas, si bien no del todo inofensivas.

Precisamente es ahora, en mayo, cuando se celebran tradicionalmente las primeras comuniones de zagalas y zagales. Eso viene de antiguo, pero ahora registro varias peculiaridades diferenciales. Por ejemplo, me entero de que a la ceremonia preceden tres largos años de preparación mediante la catequesis. Papás y mamás creyentes, poco creyentes, o, incluso, nada creyentes, remiten a la catequesis a sus vástagos; más que nada porque todos los niños del cole asisten a ella y no es cosa de desentonar.

Otra curiosidad registrada es que muchos de estos chavales, no solo harán su primera comunión, sino su única comunión, ya que la familia no va nunca a misa, ni piensa hacerlo en lo sucesivo. Pero la ceremonia es la ceremonia.

Debo aclarar que a mi me parece bien que los niños disfruten de su día de gloria, en el que reciben regalos y son objeto de agasajos múltiples. No debe perderse ninguna oportunidad de que los niños sean felices, eso sí que no. Pero…

El retornado no suele ir, por principio, a primeras comuniolicanes ni a bodas; pero por razones de cariño sí que acudió a la de un sobrino al que el retornado quiere mucho.

La verdad es que aquello fue todo un despliegue de relativo lujo y debió de costar un pastazo, justo en un momento en que la economía familiar atravesaba por un momento francamente jodido. Se había alquilado un local de los especializados en la materia, se sirvió un aperitivo francamente apetitoso en el exterior; luego una comida en toda regla para numerosos invitados, chuches sin tasa para el público infantil…

Supongo que esta ceremonia con sus pros y sus contras es celebrada por muchas otras familias en circunstancias sociales y económicas similares. Cada cual que extraiga sus conclusiones, que yo no pienso hacerlo.

A bodas tampoco suelo asistir, pero me he plegado al antiestético ceremonial de trasferir un dinero a los contrayentes, cuando no hay más narices que hacerlo. Esta fórmula degenerativa del regalo nos priva del placer de obsequiarles con un objeto completamente espantoso y falto de cualquier clase de utilidad, y que se apañen con él como Dios les dé a entender. Era muy divertido. Luego comenzó lo de las listas de boda y todo siguió fastidiándose; hasta llegar a lo del dinero, que ya remató la faena.

Las bodas suelen ser acontecimientos completamente tediosos, en mi opinión. Por añadidura el costo y la ostentosidad superan con mucho a las primeras comuniones. En los tiempos que corrían antes de declararse la peste recibí algunas invitaciones a bodas que se celebraban en un cortijo allá donde Cristo dio las tres voces.

Un folleto adjunto a la invitación auguraba un espacio tipo parque temático, provisto de zonas diversificadas de alimentación, bebercio, diversión y no sé cuántas gilipolleces más. En la invitación figuraba, por supuesto, una cuenta corriente en la que ingresar dinero para contribuir al disparate.

Oiga, y no fue la única de este estilo que recibí en menos de un año. Por cierto, al retornado le gusta comer bien y los banquetes nupciales suelen ser un atropello gastronómico de larga duración.

¿He justificado suficientemente mi renuencia a asistir a bodas y comuniones?

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