Como estoy segura de que ningún autor será capaz de contar en un pasodoble lo que siente una cristiana como yo el Miércoles de Ceniza, seré yo la que os escriba, queridos lectores, una oda a este día señalado que Dios, gracias Supremo, nos devuelve hoy en el calendario para mitigar la afrenta carnavalesca de cada año. He quedado temprano con mi amiga Consolación para ir juntas a la peluquería, pues no es plan recibir la ceniza en la frente sin una buena permanente (perdón por la rima, al nivel de lo que se escucha en el Falla). Es día de ayuna y abstinencia, pero nosotras conseguimos gracias al padre Casto una bula papal que nos exime, en virtud de nuestra intachable religiosidad, de pasar hambre. Así que después de arreglarnos el pelo nos iremos a La Marina a comernos unos churritos. Daremos una vuelta para visitar algunas iglesias y almorzaremos juntas un buen solomillo en El Fogón de Mariana, puesto que la mencionada bula también nos permite comer hoy carne. Después del rezo del Santo Rosario en mi salón y la preceptiva cabezada en el sitio, tiesas y para no despeinarnos, saldremos a tomarnos un café y una rondeña antes de llegar a la Catedral, donde nos impondrán la ceniza. Y me darán ganas de salir luego a las escalerillas para pregonar la Cuaresma como un vulgar carnavalero hace con esa fiesta, pero con más señorío. Nunca lo hago, claro. Siempre me reprimo. El recato está ante todo, pero lo perderemos Consolación y yo en el bar El Laurel ante una fuente de ensaladilla para cerrar tan magnífica jornada en paz con Dios y con nuestros estómagos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios