La eliminación de España ante Rusia no fue más que otro tropiezo de una selección que se habituó a ganar. Una generación de oro que maravilló al mundo entero con picardía y seriedad. Muy lejos quedan ya los goles de Torres en Viena e Iniesta en Johannesburgo, que llevaron al cielo a un país acostumbrado a fracasar.

Sin embargo, la realidad de la selección en este Mundial de Rusia ha sido muy distinta. Un juego estéril, sin una idea clara ni un líder definido. Ninguno de los integrantes del equipo liderado por Hierro supo dar un paso al frente. Moviendo el balón de un lado a otro sin profundidad, sin un plan de ataque. Algo que quedó aún más patente con el primer gol a favor de los españoles. Rusia hizo su partido y, achicando espacios, alcanzó los penaltis, su objetivo, y, con ello, los cuartos de final del Mundial.

De esta forma, mientras en Rusia celebran la victoria, en España se buscan culpables. De Gea, Piqué o Silva fueron los más criticados. Pero lo cierto es que ninguno de los 23 se salva del desastre. Porque los que tenían que marcar la diferencia no la marcaron y, con innumerables toques de balón, retrasaron el juego de la selección hasta el punto de ofrecer el partido más soporífero de todo el Mundial. Jugadores con los que el adjetivo de mago acaba siendo una palabra más a la hora de definir a un jugador.

Isco es uno de ellos. Sobrado de calidad pero con poca visión para dar ese pase final. Ralentizando el juego y cegando a muchos de los periodistas y aficionados que lo magnifican por encima del resto de jugadores por hacer un simple regate. Un jugador que estaba seleccionado para dar ese pasito que marcara las diferencias. Ese pasito que mostrara el fútbol eficaz y no el fútbol vistoso. Ese juego de control y pase que, entre otros, despliega Coutinho con Brasil. Ese juego que, sin ser el máximo culpable, privó a España de pasar de ronda.