Es evidente que no todo el mundo es capaz de lucir una chaqueta o un gabán como mandan ciertos cánones del buen vestir, es más, me atrevería incluso a decir que algunos en vez chaqueta al uso parece que lleven tabardos de paño tosco para moverse por esos lugares exclusivos del chaqueteo. Probablemente les dé igual.

No saben que no todo quisqui está capacitado para según qué cosas y qué sitios, y esto es lo malo del asunto, porque la mediocridad suele avanzar e incrustarse ignominiosamente como el chapapote por entre todos los recovecos de la escena pública, sobre todo, cuando la chaqueta, el tabardo o el gabán vienen acompañados de un sueldecito y prebendas inimaginables para el fulano o fulana de turno. Los que procedemos de la época de la transición democrática en nuestro país que comenzó mal que bien tal día como hoy hace 47 años, donde el sátrapa desapareció del mapa rodeado de sus sanguijuelas de turno, nos acostumbramos bien prontito a que nuestros políticos electos tanto a nivel nacional como municipal –todavía las Autonomías no funcionaban-, casi la gran mayoría, se arrimaba a la política con la mochila llena de lucha, ilusión y sabiduría adquirida con mucho esfuerzo, además de un trabajo debajo del brazo para ejercer su independencia y dar un portazo cuando la ocasión lo requiriese. Nada parecido a lo que ahora vivimos.

Se derramó mucha sangre desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, pero caminando juntos se ha conseguido desde el progreso transformar una sociedad que acumulaba muchos años de silencio, sometimiento y retraso. La pena de todo esto es que a casi cincuenta años vista, estamos entrando de nuevo en un proceso involucionista que, como no andemos espabilados para abortarlo a tiempo lo pagaremos con creces y sin anestesia.

Si ahora miramos la nómina de políticos con gabán o chaqueta –da lo mismo- que nos representan a todos los niveles, inferimos y constatamos el frío que gran parte de ellos pasarían en la calle una vez dejada la política. Por eso tantos y tantas se agarran a los sillones como si no hubiera un mañana, y por eso tantas y tantos no se van a su casa por mucho que les mencionemos esa expresión tan andaluza de “carretera y manta”.

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