Pocos meses pasan ajenos a algún evento que tenga que ver con la religión. Por ser realistas, todos los meses suelen estar vinculados a alguna celebración de mayor o menor relevancia, y en esta tierra, la que muchos denominan Tierra de María, no podía ser menos. Pero julio, ya sea en Tierra de María o no, las que reciben los besos del Mar, es tierra de Carmen. Toda la costa, de una punta a otra de España, en julio vuelve sus ojos hacia Ella, ya sea con fervor religioso, místico, esotérico, pagano o a su manera, quienes sufren la Mar, no pueden por menos que sentir una atracción, especial y personalísimamente particular hacia quien gobierna sobre las olas.

La mar, ese hermoso y traicionero espacio, ese cielo infinito en donde, más que muchos, descansan como en una nube. El remanso de paz que esconde la muerte, y en donde, quien de ella vive, no tiene mas remedio que armarse de valor y encomendarse… a solas, en un silencioso pacto de ponerse en manos de un incierto destino, en el que Ella, como protagonista absoluta, es para muchos, salvadora o consoladora en los momentos tenebrosos.

Yo desde tierra adentro, que es todo espacio que va más allá de los limes de la playa, miro a la mar, desde la seguridad de mi frontera con un lugar desconocido y románticamente bello. Sueño con jugar sobre sus olas, con bailar sobre la espuma, y dejarme llevar, llevar por esa marea… que para quienes bien la conocen, saben que te puede o arrastrar a los abismos, o escupirte contra las rocas, con la misma tranquilidad que te acuna sobre sus ondas.

Seguramente quienes tenemos mi visión nunca seremos capaces de comprender ese salino amor, ese triángulo amoroso entre el hombre del mar y la mar, su atracción, y el equilibrio que Ella, solo Ella, da a esa tempestuosa relación. Sentimientos de presagios no visibles, corazonadas que ayudan a salir del caos, guías invisibles que, en la oscuridad de la noche, cual faro, los acercan a las costas.

No envidio la suerte de quienes reman hacia lo desconocido, pero siempre envidaré a quienes son capaces, de aún con mil ingenios, seguir alzando la vista y lanzar, con el mismo énfasis, un Ay que un Hay Virgen del Carmen, pues para ellos, Ella, siempre los entiende y está.

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