Otra vez nos invitan al fiestón de la democracia. Esto es un no parar, de sarao en sarao, oiga. A ver qué nos ponemos ahora que ya nos hemos lucido tanto. Qué vistos vamos a estar en los colegios electorales. Ay. No nos dan tregua entre una resaca y otra. Y ante tanta borrachera política ya no sabemos qué pensar ni hay ganas de cantar siquiera, con los esquemas por el suelo. Hasta los bemoles, dice Rufián, estamos los españoles. Se queda corto. Lo peor no es estar hasta los susodichos, pues eso significaría que todavía hay sangre en las venas y energía para la acción. El problema es la decepción profunda que no sólo se palpa en el ambiente, sino que pasará a la sangre y a la genética de las generaciones que vienen, si no se hace nada por evitarlo.

El bochorno absoluto, el ridículo, la desilusión. Y no solo es cuestión de sentimientos, sino también de consecuencias que afectan a nuestra forma de vivir en todos sus ámbitos, desde el económico al espiritual, sí. No tener un referente serio que represente los ideales de cada uno es muy peligroso. La política, como la religión, tiene mucho de fanatismo y pedestal con vellocino de oro. Votar (y arder en twitter) con esperanza es un acto de fe, y más aún en estos tiempos de golpes de pecho virtuales y dramatismo. No quiero ser agorera y prefiero pensar que una mañana de noviembre a lo mejor nos levantamos y la desilusión no sigue ahí como el dinosaurio de Monterroso. Pero mucho me temo que el desamor no tiene retorno, y que no saldremos de ésta con la confianza intacta. Estamos como los hijos en un proceso traumático de divorcio, a la deriva y a la espera de que alguien ajeno a lo que ocurre en casa venga a salvarnos para que la tormenta de reproches no nos pille siempre a la intemperie, y en medio.

La intemperie o el Congreso. La intemperie, o un país más desestructurado y gris, a pesar de las horas de sol, y triste, a pesar de haber sido siempre abanderados de la alegría con sus tópicos y todos sus avíos. Y recuerdo a Machado, y a Unamuno, y a tantos otros autores sabios que sabían tanto de desolación y vacío existencial. No nos abriga el frío en absoluto saber que otra vez estamos en campaña electoral. De momento, he compartido en mis redes el modo de bloquear, del mismo modo que los que no deben nos bloquean las vías respiratorias, la llegada de más papeluchos de propagando. Cuánto gasto de árboles para nada. Y perdonen mi causticidad. Por supuesto volveré al colegio electoral cuando me digan que debo hacerlo, una es obediente a sus propios principios, claro. Qué pena que en los sobres no permitan incluir cartas manuscritas a quien corresponda, por desahogo, o por darle la razón a uno de los rufianes, pues yo también estoy de ellos, de todos ellos, hasta los mismísimos bemoles.

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