Me levanto algo más tarde de lo habitual y me desperezo entre los solícitos ladridos de mi amigo peludo y el olor a café que conjura mi compañerito, mucho más madrugador que yo, cada mañana. Desenredándome todavía del sueño voy dando tumbos por el pasillo y activando la máquina que corona mi cuello apretando el botón del monólogo interior que se trufa de interrogantes cada mañana: "¿comemos en casa o como es primero de mes podemos comer fuera?, ¿habrá quedado bien el artículo de ayer?, ¿a qué hora debería estar en el Manga para que después no me coja el toro escribiendo?, ¡mi madre, mi madre!, acuérdate de llamarla, ¿lo del médico era mañana?, ¡cómo está el cuarto de baño..., cuando me tome el café me pongo!, ¿por dónde me quedé anoche del libro de Almudena...?" Y sí, claro, también me pregunto si habrá imperado la cordura o no. Sea lo que sea la cordura, yo ya no lo sé, en la mañana del 1-O.

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