Por fin termina este Carnaval. Ya era hora. Está demostrado que este modelo de Carnaval no tiene futuro. Un largo y tedioso concurso y una semana de botellón en la calle. Todos los años lo mismo.

Kichi, Camelo, Romay, Martín Vila y los cerebros enviados desde Madrid por los jefes de Podemos demuestran día a día su incompetencia. Iban a acabar con las injusticias, iban a revolucionar el mundo y llevan tres años mirando las musarañas y los musaraños.

Pero tengo alguna esperanza. Por fin compruebo que los gaditanos empiezan a reaccionar contra esta fiesta vulgar y ordinaria. Los vecinos del centro, hartos de agrupaciones ilegales, berridos en la madrugada y meadas en las casapuertas, han comenzado a tirar cubos de agua a los chirigoteros. Eso está bien. Agua y jabón para los piojosos.

Otros vecinos, a los que el Carnaval les impide el descanso, tiran petardos a los comparsistas para alejarlos de sus calles. Petardos de los que explotan, no de los fabricados con hierbas extrañas.

Los que viven cerca del muelle se están organizando para denunciar al Ayuntamiento por el ruido de la carpa y por el incumplimiento de las promesas del alcalde.

Los autores de las agrupaciones ya no se atreven a escribir piropos, ni hablar de muslos y entrepiernas. Tienen miedo a ser condenados a galeras por los nuevos inquisidores de la izquierda. Y al que se meta con la diosa Gades, lo mandan al Juzgado.

Tengo esperanzas. Estos acaban con el Carnaval.

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