Es mucho más difícil recogerse que expandirse. Esto no es una ley física, es una ley personal basada en la experiencia, por lo menos en la mía. Lo vi, por ejemplo, el otro día en el súper. Llevábamos una caja de botellines, de esas que ajustan con plástico duro por arriba y, al intentar levantarla para meterla en el carrito, se abrió por un lado y empezó a soltar botellines como si fuese agua rebosando de una cacerola hirviendo. La cajera, solícita, salió a ayudar, pero se rindió sin conseguir devolverlos al orden. Pues así estamos todos, nos cuesta mucho meternos en la caja de nuevo. Fue más fácil acomodarnos a los días que se alargaban, a la luz del verano, a la relajación de la normativa de salidas, de movilidad… Ahora que vamos otra vez en dirección opuesta, con tardes cada vez más cortas, permisos cada vez más limitados y recorte general de movimientos, se nos hace muy cuesta arriba pensar en el encierro. ¡Y eso que no llegamos a expandirnos del todo!

Yo, estos días en los que se presiente el desbordamiento, me intento agarrar a lo pequeño. Disfruto mucho de la luz intensa del otoño, de la enredadera que regala rojos antes de caerse seca, de una caña rápida mientras el cuerpo se conforta al sol, de los paseos por la playa… Y no me acostumbro, no quiero, pero intento, al menos, no obsesionarme con el tiempo que hace que no abrazo a los míos, con la incómoda sensación de que mis nuevos conocidos carezcan de medio rostro, con la distancia marcada que nos da seguridad, pero nos deja más solos…

Y he llegado a otro conocimiento empírico: que el cerebro completa lo que la realidad no le da, es decir, que rellena huecos cuando falta información, pero que no siempre acierta. Yo he completado las medias caras de mis nuevos alumnos de primero y he comprobado después, cuando los he visto levantarse el embozo para desayunar o beber agua, que no eran quienes yo creía, que había acercado sus caras a las de rostros que conocía de antes. Y he aprendido a adivinar sonrisas detrás de las máscaras, a leer temores por el brillo de los ojos, a desterrar la impaciencia, a reconocer que nos engañamos sí, pero que gracias a eso salimos adelante.

 

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