Cultura

El triunfo de la gran figuración

  • En la obra de Fermín García Villaescusa y Pepe Baena hay expresión absoluta de lo real, algo que difiere de lo que es pura y llanamente la copia minuciosa de lo que la mirada observa

Una obra de Fermín García Villaescusa.

Una obra de Fermín García Villaescusa.

En lo artístico se plantea una máxima que no por repetida pierde la menor vigencia: sólo existen dos tipos de obras, las buenas y las malas. Por extensión se podría decir que, también, existen dos tipos de artistas: los absolutamente artistas, los buenos y los que están en la profesión por accidente, por decirlo eufemísticamente, los poco acertados. Entre ambas circunstancias, cabrán muchas cosas, pero en lo que se refiere a la calidad, no hay términos medios. Lo que se presenta en la antigua iglesia de Santa Catalina de Conil tiene, en este sentido, una única lectura: se trata de una pintura que no ofrece duda; es manifiestamente buena. Podremos entrar en dialécticas, en territorios recurrentes e interesados referentes a cualquier situación que se quiera, pero lo que se constata en las paredes del templo desacralizado de la población conileña es que estamos ante unas obras de suma calidad ejecutadas por dos pintores, que tampoco ofrecen duda: son dos muy buenos artistas, relatores de una excelsa figuración que crea el máximo interés y el unánime convencimiento.

Fermín García Villaescusa y Pepe Baena son pintores pintores; artistas que crean supremas piezas marcadas por la forma de una consciente dimensión artística. Ambos creen en lo que hacen, hacen lo que creen y desarrollan unos ejercicios estéticos donde el sentido de la buena pintura se hace presente de forma inequívoca.

La exposición tiene por título Troppo vero; aquello que exclamó el Papa Inocencio X cuando vio su retrato terminado por Velázquez. Demasiada verdad. Y es así. El Pontífice no quería tanto realismo. El gran pintor había captado no sólo los rasgos físicos sino, también, las miserias de su alma. Nosotros sólo apreciamos verdad artística. El espectador de esta muestra asume el realismo de la representación; observa, sin embargo, que no se trata de un mero formulismo epidérmico y efectista; una pintura con desenlace fotográfico. Eso lo hacen los poco afortunados pintores realistas. En la obra de Fermín G. Villaescusa y de Pepe Baena hay expresión absoluta de lo real, algo que difiere de lo que es pura y llanamente la copia minuciosa de lo que la mirada observa. En la pintura que encontramos en Conil se manifiesta el supremo gesto ficticio que lleva consigo la pintura. Ésta posiciona lo real mediante un trascendente trabajo que traslada a los soportes no sólo la pátina externa de lo que se ve, sino también la expresión de cuanto existe en eso que se ve. La sabia pincelada nos ofrece mucha más información que la copia escueta que la vista descubre. Por eso en la pintura de los dos artistas existe, además, de un claro 'vero' -la realidad-, un contundente y definitivo 'troppo' -demasiada-. Este que esto les escribe apostilla asimismo que en las obras de ambos existe emoción artística. El espectador se emociona ante lo que ve, lo asimila y asume su máxima potestad. No sale indiferente de la sala. Se va lleno de sapiencia, de creatividad, de fortaleza pictórica, de dominio técnico; en definitiva, de máxima emoción por una pintura que está por encima de lo que el ojo vislumbra.

La exposición se estructura en varias partes perfectamente definidas y que nos trasladan a distintos aspectos de la producción pictórica de Villaescusa y Baena. En el jerezano nos encontramos, por un lado, la serie imponente de patios, allí donde la luz, el espacio y la atmósfera juegan en un todo indisoluble de perfección y belleza. Junto a ellos, alguna sabia interpretación del paisaje costero inmediato, con la calidad que desprende los extremos luminosos del entorno. También con esas escenas en las que la figura humana posiciona todo su esplendor representativo. El retrato de su madre y el de un niño desnudito en un cuarto de baño nos plantea, sin reservas, cómo la pintura realista sigue teniendo su eterna vigencia.

Por su parte, Pepe Baena, cuya historia artística es bastante reciente, habiendo alcanzado, en poco tiempo, la cima de una pintura que él hace sobresaliente, también nos ofrece el triunfo de la gran figuración. Sus obras protagonizadas por los pescados del litoral cercano, suponen una moderna interpretación de la naturaleza muerta y descubren la suprema inteligencia de un pintor convencido y convincente. Su pieza de sardinas es un acierto absoluto tanto por la distribución formal como por la disposición estructural del modelo representado. Al mismo tiempo, nos sitúa en los parámetros de un retrato, cuyo expresionismo potencia la dimensión de lo representado y hace verdadera la realidad por donde transita. Sus conjuntos de niños - el de La Siesta me parece extraordinario-, así como sus figuras solitarias -Ketama y Pepito- dan idea del poder ilustrador de esa realidad que él interpreta sin copiar fotográficamente.

Toda una maravillosa aventura artística la que se ofrece en la antigua iglesia de Santa Catalina de Conil, protagonizada por dos artistas que nos posicionan, de verdad, en los centros mismos de una pintura, a la que ellos, Fermín García Villaescusa y Pepe Baena, impregnan de todo lo que la verdad encierra.

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