Cultura

La suma verdad de la pintura

  • Las obras de Manolo Cano nos sitúa en los más inesperados escenarios pictóricos y nos hace sentir la verdadera dimensión de un arte sin fronteras

Una de las obras que Manolo Cano expone en la Galería Benot.

Una de las obras que Manolo Cano expone en la Galería Benot.

Hace muchos años que Manolo Cano forma parte de ese ramillete de artistas cuyo reconocimiento es absoluto y casi unánime. Nadie pone en duda su capacidad pictórica, su determinante dibujo, sus amplias perspectivas de una pintura a la que él sabe imponer un personalísimo sello creativo, su trabajo pausado, consciente y lleno de carácter. En este tiempo lo hemos visto superando etapas de variada naturaleza, siempre mostrando una solvencia creativa que manifiesta sus adecuados tratamientos tanto cuando asume la representación de la realidad en sus diversas facetas, como cuando es la pintura no absolutamente imitativa la que ocupa su intención artística. Es, por tanto, Manolo Cano uno de esos pintores a los que se les espera con verdadero interés por su trascendencia pictórica y porque, siempre, su obra y su gran carisma como pintor levanta las máximas expectativas.

Vuelve Manolo Cano a la que siempre ha sido su galería de referencia; allí donde a lo largo de los años ha presentado su obra y donde se le conoce, se le admira y se le quiere como lo que es, uno de los grandes de la pintura de esta zona. Lo hace con una exposición que deslumbra de principio a fin, que hace gozar a los sentidos, que abduce las simples formas bellamente ilustradas para convertirlas en todo un magnífico tratado de buen hacer artístico.

La exposición, de una pureza representativa y de unos valores pictóricos fuera de toda duda, nos sitúa ante una simbología que hace transitar por los espacios conceptuales de la metáfora. Manolo Cano pinta con un poderoso desarrollo técnico y se vale de los burros para crear una realidad mediata dentro de su aplastante inmediatez. Cada obra es titulada con el nombre de una persona o con la manifestación y constatación de una circunstancia. Sin embargo, la mirada, nada esquiva, parece sólo descubrir una soberana representación donde los elementos constitutivos recrean una excelsa y contundente figuración. La capacidad pictórica del autor aborda un realismo mágico -éste sí lo es y no aquellos que postulan tantas insustanciales acciones que no pasan de meros efectismos- que traspasa los argumentos ilustrativos de lo real y nos adentra por los senderos de una expectante emoción plástica.

Manolo Cano pinta burritos; pero al espectador el tema no es excesivo motivo de interés; el entrañable animalito es un elemento estructural, un desarrollo conceptual que busca desenlaces particulares. Sus obras pretenden descubrir caminos nuevos, dar sentido estético a una idea, pero su intensidad pictórica hace que el ojo enamorado de tanta belleza asuma su directa realidad. La pintura de Manolo Cano es bella, poderosa, convincente, directa; su dimensión formal es tal que cualquier otra argumentación permanece en un segundo plano. Sin embargo, tanta fortaleza en el continente, ese poder indiscutible en la forma, no se queda en un epidérmico efectismo que embauca y embota los sentidos. En la pintura de Manolo Cano se adivina un trasfondo significativo; sus animales trascienden más allá de lo simplemente ilustrativo y abre unas perspectivas donde se presiente una simbología, el relato de una fábula, la transición básica de lo real a una ficción que plantea esquemas de otra circunstancia.

Fali Benot, como viene haciendo desde hace mucho tiempo, se reserva en el fondo de galería de su acertada y consciente programación, una serie de artistas que aquilatan la esencia de un arte que, en esta zona, lleva dando trascendencia a una creación llena de sentido. Manolo Cano es uno de ellos. Su presencia que, a veces se hace esperar, llega siempre abriendo las máximas expectativas. Su obra nos puede situar en los más inesperados escenarios pictóricos y nos hace sentir la verdadera dimensión de un arte sin fronteras. En esta ocasión se nos aparece como un mágico hacedor de realidades, como un alquimista que con la exactitud de sus componentes crea el milagro de la verdad artística. Para ello no escatima ningún modo ni se deja llevar por la inercia de su poderío plástico. Pinta conscientemente, con minuciosidad y asepsia y lleva a la mirada a los medios de una realidad donde, ésta, se ilustra con la suprema entidad de un arte en su más estricta posición.

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