jesús maeso. escritor

"Los pueblos que tienen una gran fe en su causa terminan imponiéndose"

  • El autor propone una incursión en el Catay del siglo XVI con 'La caja china' El novelista presentará este título el lunes 11 de mayo, junto a la escritora Almudena de Arteaga

Indagar en torno a la antigua China le ha servido a Jesús Maeso (Úbeda, 1949) para reunir información e inspiración no sólo para construir su última novela, La caja china (Ediciones B) -que presentará en la Feria del Libro de Cádiz- sino también para el que será su siguiente título, La dama de la Ciudad Prohibida, que estará ambientado en el siglo XVIII.

Cuenta que, entre sus muchos propósitos, La caja china -que tiene estructura de novela "argonáutica, clásica, porque los griegos lo inventaron todo"- está el de servir de "metáfora de uno de los personajes más megalómanos que han existido, Felipe II -explica Jesús Maeso-. Un hombre muy inteligente, alejado de ese arquetipo de burócrata encerrado en sí mismo que nos ha llegado: su red de espías, por ejemplo, era tremenda. Estaba muy informado de lo que ocurría en todas partes e incluso él mismo tenía un seudónimo para dirigirse a sus agentes: Fabio".

Así, merece una mención inevitable la llamada "Junta de Noche", integrada por varios de los ministros de Felipe II, "mentes privilegiadas de la época (Juan de Zúñiga, Moura, Idiáquez, Chinchón y Vázquez de Lecca) que decidían la suerte del mundo desde la torre dorada del Alcázar".

Parte de la megalomanía del monarca sirve de cabo para tejer la historia que presenta Maeso en esta novela: la intención del rey español, asentado en el imperio en el que no se ponía el sol, de penetrar, tal vez conquistar, la lejana China: "Y como era característico en Felipe II, en su propósito estaba también el adoctrinar almas para el cristianismo".

"Desde Filipinas, la costa china parecía accesible y, a través del virrey de México, concibió un plan de conquista -desarrolla el escritor-. Al fin y al cabo, los portugueses ya tenían un pie puesto allí con Macao. Nos perdió lo de siempre: el ir por delante con el crucifijo y la espada, mientras que los portugueses eran mucho más diplomáticos y comerciantes. Luego también estaba esa profecía que recojo, y que existía, que decía que la llegada de extranjeros con 'ojos de gato' marcaría la caída de China".

"Se sabe muy poco, sin embargo, del agente secreto que Felipe II pudo enviar a Asia -prosigue-. Pero sí que sabemos de la existencia de jesuitas italianos que, en connivencia con el Vaticano, penetraron en el país predicando la doctrina cristiana como una filosofía dentro del budismo, y que incluso se vestían con túnicas azafrán". Maeso transforma a este enviado de Felipe II (su protagonista, Rodrigo Silva), en un experto cartógrafo, ciencia que era muy valorada en la antigua China -uno de los nombres por el que se conocía al emperador, de hecho, era "geógrafo divino"-, y por ello, lo mandan llamar a la Ciudad Prohibida.

Como en toda novela "argonáutica", hay un logro en el que empeñarse: en este caso, conocer la medida de la longitud terrestre, "clave para el pulso con ingleses y holandeses y conocimiento que posiblemente dominaba un legendario navegante chino de origen musulmán, Zheng He, que se cree pudo llegar a América". El detalle forma parte de las licencias que, si no ciertas, están bien contadas, que tanto gustan a Maeso: como la introducción de los estampados coloridos y florales en México a cargo de una de sus protagonistas. "Realmente, se dice que las mexicanas vestían túnicas de lino simples, y que empezaron a estamparlas por influencia oriental".

La figura de las cortesanas fue, de hecho, uno de los ganchos que atrajo al autor a la hora de situar la historia en la China clásica: "También -continúa- me sentía atraído por esas mujeres sofisticadas, que sabían poesía, pintura, danza, que aprendían lenguas... que tenían una formación exquisita y una identidad y que, sin embargo, terminaban convirtiéndose en sombras, en meros objetos de placer".

"También quería reflexionar sobre cómo oriente y occidente son tan distintos -prosigue-. Desde el mismo pensamiento: el taoísmo, el budismo... no son en sí religiones sino, más bien, sistemas filosóficos con ideas bastante avanzadas, como el respeto al entorno".

En este sentido, La caja china retoma la llamada de atención del desaparecido Eduardo Galeano sobre nuestra tendencia al etnocentrismo: "Creemos, por ejemplo -decía el uruguayo- que el mundo se revolucionó con el Renacimiento europeo, cuando los tres inventos que lo hicieron posible: la pólvora, la brújula, la imprenta, eran chinos".

Sí es cierto que las dos civilizaciones que se miden en la novela -el imperio español en su apogeo y el Imperio Celeste- eran dos pueblos con gran conciencia de sí mismos: "Las sociedades con una gran fe en sí y en sus causas son las que terminan imponiéndose -desarrolla Maeso-. El lado oscuro de esto lo podemos ver actualmente con el yihadismo. La fe, realmente, mueve montañas".

"En esa época, el mundo occidental salió de las esquinas conocidas: se abrió de una manera semejante a la que en la época actual se ha abierto con Internet. España puso en marcha el primer ensayo de la globalización -reflexiona Jesús Maeso-. Abrirá el mundo a occidente y se va a inventar una herramienta básica para esto: el galeón de Manila, que salía de Cádiz o Sevilla cargado de bienes europeos; llegaba a la costa de México, donde se cargaba con los productos de las Indias y continuaba hasta Manila, donde desembarcaba y se cargaba a su vez, para hacer el viaje de vuelta, con productos del lejano oriente".

Y aun así, la amenaza de la bancarrota sobrevolaba (también entonces) a la sociedad española: "¿Cómo era posible, cuando aquí se tasaban las especias, había comercio de esclavos, teníamos las minas de América? -se pregunta el autor-. Parece que las crisis, que la mala gestión de recursos, ha sido un mal endémico de este país".

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