Arte

Un prometedor reconocimiento

  • 'El siglo XIX en el Prado', la exposición organizada por la pinacoteca con motivo de su reciente ampliación, redescubre al visitante los "estupendos desconocidos" del arte decimonónico en España

Entre las exposiciones organizadas por este Museo, con motivo de su reciente ampliación, tal vez sea esta dedicada al arte decimonónico español la que mayor interés suscita, pues paradójicamente, pese a su cercanía cronológica, es, podemos decir sin ambages, la época peor estudiada y por tanto menos conocida y comprendida de nuestra historia artística. Hasta hace bien poco, todo lo relativo a nuestro siglo XIX se apreciaba, o despreciaba, bajo un cierto tufillo de formas, intereses y propósitos estéticos periclitados, hueros y rápidamente pasables, que las sucesivas vanguardias iban relegando a un olvido pertinaz. El arte del siglo XIX es por excelencia un "arte con asunto", es decir un arte que ilustra, ilumina o plasma una idea, un hecho, una actitud o un acontecer, y por fuerza tenia que chocar con vehemencia con el arte producido en casi todo el siglo XX, que admite el hecho artístico solo y cuando este se refiera a si mismoý ya se sabe, la pintura, por poner un caso extremo, debe referirse solo al hecho de pintar: a la disposición, más o menos acertada, de formas, colores y materias sobre un plano vertical, (cosa que con un poco de mano, puede hacer cualquiera), sin que lo real o imaginario, la historia pasada o lo que está sucediendo, la vida y sus costumbres, circunstancias, placeres o desdichas tengan una decisiva importancia para concebir la obra. Y es de todo ello, de esos sustratos de lo humano, precisamente de lo trata el arte decimonónico: vida, historia y paisaje.

Siendo así, el relato del XIX español es el descubrimiento de los "estupendos desconocidos". Junto algunas obras que nos eran familiares, principalmente a través de los libros escolares de nuestra infancia, aparecen otras tan excelentes como numerosas. Si, además, tenemos en cuenta que esta exposición ofrece "sólo" lo que del XIX conserva El Prado, podemos pensar, tal vez con algún acierto, que lo que aquí apreciamos no sea sino punta de iceberg, valga le expresión, bajo la cual es mucho lo que hay aun por descubrir.

Centrada la exposición en pintura y escultura, esas colecciones se van formando, primero con las obras procedentes de la Colección Real, hasta que en 1854, con la creación de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, es el propio Estado el que adquiere las obras directamente a los artistas. Exposiciones, cuya vida transcurriera durante una larga centuria, y que fueron con sus aciertos y despropósitos, el acontecimiento que iba "marcando el tono" del arte nacional, que a su vez sigue las tres grandes directrices del arte europeo coetáneo: Neoclasicismo, Romanticismo y Realismo.

El Neoclasicismo español a pesar de la parquedad de sus realizaciones, produce, no obstante una de las más importantes esculturas europeas de sus años. Obra del andaluz José Álvarez Cubero (Priego, Córdoba, 1768 - Madrid, 1827), La defensa de Zaragoza ejecutada en Roma en 1818, es la transposición de un episodio acaecido en la ciudad del Ebro durante la invasión napoleónica, visto como un hecho de la antigüedad clásica: un joven guerrero defiende a su padre del ataque enemigo. Múltiples referencias de la literatura greco-latina, (Néstor-Antíoco, Eneas-Anquises), otorgan a la escultura una acusada polisemia, sirviéndose, además, el autor del desnudo heroico masculino para expresar ideas de vigor, resolución, valentía y audaz virilidad.

El asunto histórico, que en gran medida venía a sustituir a los temas religiosos, es el gran género de la pintura decimonónica, y José Casado del Alisal (Villada, Palencia, 1823- Madrid, 1886), uno de sus máximos representantes. El lienzo, pintado en Roma en 1880, La leyenda del Rey Monje (también conocido como La campana de Huesca) es una evocación de la historia medieval que representa a Ramiro II de Aragón, cuando cansado de las rebeldías de los nobles, y convocados estos a Cortes, manda prender a los más altaneros, los conduce a una mazmorra y allí los decapita formando un círculo con las cabezas rodadas por el suelo. Invita, entonces, a los otros barones que estupefactos contemplan el castigo real.

Obra realizada en plena madurez de Casado, es sin duda pintura magistral en concepto y factura, al igual que las de Juan A. de Ribera, los Madrazo, Hernández Amores, Rosales, Vallés, Dióscoro Puebla, Manuel Domínguez, Pradilla, Jiménez Aranda, Ferrant, Moreno Carbonero, Muñoz Degrain, Gisbert o Emilio Salaý si citamos sólo a los pintores que con mas dedicación practicaron la pintura de historia. Junto a ello, el retrato y el paisaje forman los otros dos géneros que completan el imaginario decimonónico. Y ahí están Fortuny, Carlos de Haes, Martin Rico, Vicente López, Sorolla, Esquivel, Pérez Villaamil, y los dos grandes "raros" del siglo: Leonardo Alenza y Eugenio Lucas.

Un panorama riquísimo cuyo interés esta exposición no ha hecho sino despertar, pudiéndose adivinar tras cada nombre otros, y otras obras, aún por descubrir.

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