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Cultura

"Éste no es un premio más: dije mis primeras palabras en castellano"

  • El realizador ruso Nikita Mikhalkov recuerda a su niñera española en el tributo que le dedica el Festival de Cine de Sevilla, donde presentó su película 'La ciudadela'

El veterano Nikita Mikhalkov (Moscú, 1945) está habituado a que su nombre forme parte del palmarés de los festivales más importantes del mundo; certámenes como los de Cannes, Venecia, San Sebastián, Karlovy Vary o Montreal le han galardonado en algún tramo de su trayectoria. A pesar de esto, el director de Ojos negros y Urga, el territorio del amor reconoció sentir una emoción especial por el Premio Homenaje a toda su carrera que ayer le otorgó el Festival de Sevilla. "Si existe otro país en el mundo donde podría vivir, ése sería España", afirmó el cineasta antes de aclarar que su cumplido trascendía el agradecimiento de "un invitado amable", que había motivos personales detrás de ese discurso. "Las primeras palabras que dije fueron en castellano, porque tenía una niñera que era española", explica un realizador que asegura no dar importancia a los premios -"no puedes trabajar pensando en ellos, porque nunca tendrás todos los que deseas"- pero que quiere vincular el tributo de Sevilla al recuerdo de "aquellos españoles que dejaron su país en 1937" y que dejaron huella en su educación sentimental.

Mikhalkov presenta en el festival su última película, La ciudadela, tercera parte de la trilogía que inició con Quemado por el sol, la cinta que le reportó el Oscar a la mejor película extranjera. El director retoma el personaje del general Kotov, ahora encargado de una misión en la que debe atacar la Tsitadel, una fortaleza alemana en suelo ruso. Con esta nueva entrega, el autor intenta luchar contra el olvido en un país que estuvo unido por sus vivencias en la guerra y que en la actualidad "ha perdido el respeto por la vida y la muerte". Mikhalkov sostiene que "vemos en una pantalla cómo matan a miles de personas y no reaccionamos. La memoria se enfría, y eso no lleva al valor, sino a la indiferencia". Para sacudir la sensibilidad del público, ha optado por una película que "no es bélica ni histórica, más bien metafísica", un cuento en el que la naturaleza y el hombre están conectados y "un mosquito que se posa en la mejilla de un soldado puede salvarle la vida a éste, al hacer que se mueva y esquive una bala".

La suya es una propuesta, dice Mikhalkov, que espera cierta participación del auditorio. "Los espectadores se han olvidado de cómo tienen que trabajar en una sala de proyección, el cine se ha convertido en un acompañante para las palomitas", lamenta. La violencia que abunda en muchos de los filmes que se estrenan le lleva a concluir que "estamos perdiendo las raíces. La madre del cine ruso era la literatura, había una búsqueda de los valores del espíritu. La violencia que hay hoy no se sustenta en nada. Existen actos horrorosos, sí, pero una verdad cruel sin amor se convierte en mentira".

En su estancia en Sevilla, Mikhalkov también tuvo tiempo para repasar algunos episodios de su trayectoria, como su trabajo junto a Marcello Mastroianni en uno de sus largometrajes más celebrados, Ojos negros, en el que trasladó a la pantalla la delicadeza de la prosa de Chejov. "Mastroianni era un niño genial. Él fue el autor del halago más grande que me han hecho: dijo que se sentía conmigo como con el joven Fellini. Si no fuera suficientemente autocrítico, esa frase me habría arruinado la vida".

El también presidente de la Unión de Cineastas de Rusia y responsable del Festival de Cine de Moscú se resiste a caer en el pesimismo cuando habla de su país. "Es un problema grave acostumbrar a la gente a que vea el lugar en el que vive como inhabitable. Si te dicen todos los días que eres un asno acabarás rebuznando. Las personas han de tener esperanza; si no es imposible una buena existencia".

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