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Código WOKE

  • La retirada momentánea de ‘Lo que el viento se llevó’ de la HBO responde a toda una ola de revisionismo en la línea de los “pánicos morales”

Hattie McDanield fue la primera actriz negra en conseguir un Oscar por su papel de Mammy.

Hattie McDanield fue la primera actriz negra en conseguir un Oscar por su papel de Mammy. / MGM

La última alerta ha saltado respecto a la invisibilidad racial en el discurso. Durante la última semana, al calor de las protestas por la discriminación en Estados Unidos, el foco se ha detenido en el mundo de la narrativa, literaria y audiovisual: ¿dónde están las voces y caras de las "minorías", más allá del cliché, cuando aparecen? El furor ha hecho pedir disculpas a una de las guionistas de Friends por la escasa diversidad de la serie;retirar Little Britain de la oferta de la BBC; quitar (y volver a poner) un episodio de Fawlty Towers y, sobre todo, aparcar momentáneamente Lo que el viento se llevó de la parrilla de HBO –volverán a incluirla, dicen, con una contextualización: ser esclavista es malo, por si no habíamos llegado a esa conclusión–. Hasta El Señor de los Anillos y su escasa representatividad ha vuelto a salir a la palestra. Por supuesto, el referente anglosajón no es único. Ahí está nuestra Morena Clara. Ahí está la Juani, de Médico de Familia.

Se aplique donde se aplique, la bola de nieve parece haber cogido velocidad. “¿Por qué, si en España tenemos un 10% de inmigrantes, nunca ha salido uno en el programa de Juanymedio?”, Diego Boza, de APDHA, lanza la pregunta para que nos hagamos una idea del peso de lo referencial. “Pero es importante que destaquemos y pongamos de relieve cómo las obras responden a la realidad de la sociedad del momento –apunta–. No se nos ocurre ponerle esa vara de medir al Lazarillo, por ejemplo, porque sería una afrenta línea a línea. Tolkien era un señor de campo inglés en el periodo de entreguerras. Ya vemos que en Canción de hielo y fuego, el referente fantástico de esta época, es distinto: la sociedad misma es distinta”.

Un análisis evidente que parece saltarse, con demasiada frecuencia, la actual ola de revisionismo:“Nadie dice que haya fallos que subsanar, que las causas no sean justas, que el problema no exista”, comenta Paco Rodríguez Prieto, editor de ficción de Movistar+, que menciona la ucronía propuesta en la serie Hollywood como ejemplo concreto de los problemas de la segregación racial y la industria audiovisual en Estados Unidos. “Y donde sale como personaje Hattie McDanield, la actriz que interpretaba a la mucama de Lo que el viento se llevó. Fue la primera negra en llevarse el Oscar, precisamente por ese papel, y cuando la nominaron, se encontraron con el problema de que los negros no podían entrar en la ceremonia. La misma película, conflictiva a los ojos de ahora, despertó polémica también en su estreno incluso aunque suaviza la historia del libro. El problema es tratar de dar soluciones simples a cuestiones complejas”.

En esa misma línea se sitúa la figura, en creación literaria, de los sensitivity readers: editores que, entre otras cosas, alertan de problemas de representación o estereotipos en los manuscritos. O el hecho de ser incapaz de separar obra de autor, como si la obra de un creador te hiciera aquiescente con sus faltas:“No podemos hablar de una película de la dimensión de Lo que el viento se llevó con la medida de ahora, está totalmente fuera de lugar. ¿Qué hacemos entonces con títulos aún más recientes como Lolita, como Hable con ella? ¿Qué hacemos con Picasso, cerramos los museos porque trataba fatal a sus mujeres?”, apunta el cineasta y productor Carlos Taillefer, que recuerda también el caso de Woody Allen y la postura, por ejemplo, de Isabel Coixet tras leer los 100 pliegos de la causa: “No querría tenerlo de amigo, decía, pero pensaba seguir disfrutando de sus películas, pasadas y futuras”.

La cacareada tiranía de la corrección política es más que un lugar común en el repertorio cuñado. Parte, como decimos, de buenos propósitos y de afán de corrección. En inglés tiene su denominador casi generacional: woke, por estar alerta. Por estar -también- en conocimiento de la verdad, por haber tomado la píldora roja. Tienes, además, a la justicia de tu parte: ¿Quién no quiere estar del lado del bien? ¿No? Sólo que oleadas de fundamentalismo religioso y de pensamiento se basan en ello: “Todo está muy bien –comenta Rodríguez Prieto– hasta que coartas y dices qué es lo que hay que hacer, prohíbes y acosas. Esta corriente tiene mucho de nueva religión secular”.

Rodríguez Prieto: "Esta corriente tiene mucho de nueva religión secular"

Tiene causas. Tiene axiomas. Tiene seguidores. Tiene guías, pecadores, redimidos. Tiene persecuciones, ordalías. Tiene herejes. “Y, sobre todo –apunta– tiene pensamiento mágico. Si uno hace las cosas como dice el ritual, todo el problema cambiará. Si en el ritual mágico del casting tengo diversidad racial y de género, por magia simpática, desaparecerá el problema social. Pues no:el ritual mágico del casting no hace desaparecer un problema social sistémico de opresión y discriminación”.

La oleada woke es, también, mayoritariamente joven: “Con todo lo que tiene de envolver causas en seguridad arrogante y melodramática. Claro, qué ocurre, que son público. Lo malo viene cuando alguien con poder o referencia les hace caso o cede a la presión”.

“Tampoco es algo muy distinto –continúa– de otros moral panics: como el escándalo de Fatty Arbuckle en los años 30, o el Código Hays, o los video nasties del Reino Unido en los 80: la sociedad se destruía por las pelis violentas, no porque Thatcher hubiera hundido a la gente en la miseria. O el tema de Tipper Gore contra la música –explica–. Ocurre que siempre ha sido con la violencia y el sexo, porque ha venido del ala conservadora, con un matiz religioso. Ahora nos pilla con el pie cambiado, porque viene desde la izquierda. Pero el núcleo es el mismo: el ‘pánico moral’ se produce cuando algo va a corromperte, a ensuciarte. En las anteriores, se centraba bastante en niños y adolescentes: ahora es general, se intenta proteger del mal a la gente adulta”.

Igual que el Código Hays, es una autocensura venida desde la presión social:“No se concibe que las personas puedan sacar sus propias conclusiones. Si la sociedad es mala es porque la gente es tonta y hay que iluminarla”.

El mundo se construye hacia el futuro, no se puede evitar lo que ha pasado. Censurar es castrar, da lo mismo que sea desde un signo o, como ahora, desde otro –comenta al respecto el escritor Rafael Marín–. Se está forjando un proteccionismo en grado extremo que no nos protegerá cuando los que vengan a censurar sean los contrarios. El arte tiene que remover las entrañas y es fruto de su tiempo. Temo que vayamos hacia la sociedad de necios de Un mundo feliz... y no quede ningún Salvaje que se dé cuenta de que ser humano es contradecirse”.

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