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Víctor del Árbol. Escritor

"Desde niño, la literatura siempre me ha ayudado a ir más allá de lo aparente"

  • El autor presenta hoy en Cádiz 'La víspera de casi todo', el título con el que ganó el último Premio Nadal. "Tiene recursos de thriller pero es ante todo una novela psicológica", afirma.

-En todos los personajes de 'La víspera de casi todo' (Destino) tiene mucha importancia el peso de la convivencia con el pasado.

-El pasado no podemos volver a vivirlo pero podemos reescribirlo. Existe la hipótesis de que construimos nuestro pasado de la forma en que nos va bien para explicar lo que somos. Realzamos lo que nos conviene, hacemos elipsis y añadimos experiencias que no hemos vivido y que otros nos han contado. El futuro es eso que está por llegar y el pasado no lo podemos repetir, así que la huida hacia adelante, que es lo que hacen los personajes, supone el no pensar en lo que hemos hecho o sus consecuencias.

-Y el mundo de los desórdenes mentales también está muy presente.

-Todos vivimos en una cierta normalidad. Nos sentimos seguros de lo que somos, de lo que pensamos y de cómo vemos el mundo. Pero de vez en cuando, nos ponen situaciones extremas en las que no nos conocemos tanto como creíamos. Me gusta indagar en cómo se puede crear un mundo paralelo o una realidad paralela. También existe la locura momentánea: más allá de la enfermedad diagnosticada, hay momentos, situaciones en los que la razón se queda en suspenso porque lo que prima es el instinto. Una especie de locura momentánea donde uno hace lo que hace y después no puede corregirlo. El mundo que tenemos es un mundo muy frágil. Necesitamos certezas, seguridad, creer saber quiénes somos, pero cuando ocurre algo extremo nuestras certezas se derrumban. La relación y proximidad que los personajes tienen con la muerte, por ejemplo, te hace ver lo fácil que es caer en una grieta y no salir.

-¿Y qué implica mirar al monstruo más allá del muestrario de feria?

-Los monstruos a veces también tienen sueños y son personas normales. Lo que me interesa de la monstruosidad en sí misma es entenderla. No explicarla como un simple desarrollo de actuaciones: todo lo que somos tiene una raíz, por ejemplo, con "el hombrecillo", el asesino: no intento que el lector simpatice con él porque no se puede empatizar con el terror absoluto, pero comprenderlo si vemos su actuación, si miramos en su infancia, por ejemplo. En algún momento, todos los seres que llamamos locos han sido normales, y hubo un instante en el que ese árbol que podía ser de una manera se torció.

-¿Las aristas más duras de la realidad se entienden mejor al contarlas?

-Como decía Kafka, la escritura es un camino hacia la verdad. La proximidad de la muerte y de la locura lo que nos hace es indagar en torno a nuestra identidad. A mí, lo que me ayuda es hacer un trabajo de introspección pero, si cuando me lees no te sientes en un espejo, lo que hago no sirve para nada. La literatura como terapia no ayuda, no es un ejercicio umbilical sino un diálogo con los demás.

-En la novela, aparecen Barcelona, Argentina y Galicia como escenarios. Esta última, de manera particular.

-La literatura es ética y es estética. Y es simbólica. En todas mis novelas el lugar actúa como símbolo. En este caso, en lo que la Costa da Morte tiene como finis terrae, de rincón que reúne a gente que huye de su vida hasta que llegan al fin del mundo y se dan cuenta de que ya no pueden ir más allá. Una vez allí, pueden darse la vuelta y plantar cara a los fantasmas que los describen. También el ser zona de temporales, de tormenta siempre en formación, tiene que ver con el estado de ánimo que ellos tienen.

-El mensaje del libro, dice, es cómo seguir viviendo cuando no tienes razones para vivir.

-A pesar de toda la dureza de la que se parte. Todos tenemos la oportunidad de volver a empezar: somos seres libres, elegimos en cada momento lo que hacemos y cómo lo hacemos. Uno se puede reinventar y, de hecho, lo consiguen casi todos los personajes.

-La etiqueta de novela negra no termina de convencerle. Pero hay mucha novela negra que actúa de manera inmejorable como radiografía social y psicológica.

-Es una etiqueta reduccionista. Yo lo único que intento es encontrar mi propia voz, mi propio universo, y que los lectores se sientan reconocidos a través de lo que cuento. Más que los procesos sociales, me interesan los procesos individuales: cómo somos cada uno, algo que es más propio de la novela existencialista. La víspera de casi todo es mucho más que una novela negra: va más allá de lo aparente, tiene recursos del thriller pero es más una novela psicológica. Nunca me cuestiono el género que utilizo cuando escribo ni me interesa demasiado el cómo pasan las cosas, sino las consecuencias de las mismas. Por ejemplo, en las tres primeras páginas de la novela uno ya sabe qué ha pasado, y lo que narro es cómo han terminado así los personajes.

-Si algo une todos sus títulos es la capacidad de observación.

-Mirar no es ver. Todos miramos lo que hay a nuestro alrededor, pero hay que hacerlo con los ojos bien abiertos y con ganas, hay que intentar ir más allá de lo aparente. Desde que soy un crío, la literatura siempre me ha ayudado para mirar con ese punto de reflexión o pausa más allá de la superficie, buscando los porqués.

-Y hoy día, a pesar de tantos espejos, ¿diría que sabemos mirar?

-En parte, yo creo que se ha perdido. Prima la inmediatez, lo queremos todo ya. Aprendemos a ver la realidad a través del prisma de otro, según algunos nos dicen que son las cosas. Lo que reivindico de la literatura, que no tienen otras formas de entretenimiento, es la pausa. La lectura hace que alguien lea una novela y convierta eso que has escrito en una experiencia personal, más allá de ti. Yo escribo una cosa y tú la asumes de una manera, y el resultado es una intersección de conjuntos que nunca es el mismo, porque la lectura toca claves íntimas de cada uno. Lo importante al escribir es que los lectores sientan lo que has escrito como algo propio.

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