Día del Libro

El libro es la creación más completa del género humano

  • Un recorrido por la historia del vestido de los libros, de sus portadas, cubiertas y lomos, de la mano de un taller gaditano que hunde sus raíces en la historia

Jose Galván y su hijo Jose María, con un ‘Quijote’ impreso por Joaquin Ibarra en 1786.

Jose Galván y su hijo Jose María, con un ‘Quijote’ impreso por Joaquin Ibarra en 1786.

“La encuadernación sirve para embellecer el libro y conservarlo, pues lo que es bello exteriormente, se luce, se cuida y se guarda con esmero”. (Idea extraída de un artículo de D. Fco. Beltrán, librero y editor).

La formación del libro propiamente dicho, es decir, la reunión de hojas, su cosido y sujeción por medio de fuertes cubiertas que lo protejan, tiene lugar con el comienzo del uso del pergamino (nombre tomado de la ciudad de Pérgamo), es decir, el empleo de pieles de animales debidamente curtidas y preparadas para escribir. Pues simultanea la encuadernación, y así vemos cómo se realizan ya las dos operaciones necesarias para la formación de lo que se llama un libro: su escritura de la que se encargaban los ‘librari’ y su cosido y encuadernación que realizaban los ‘ligatori’.

Fue a comienzos de la Era Cristiana, cuando comienzan a formarse lo que los romanos llamaban codex, es decir, la unión de varias tablillas enceradas sobre las que escribían con un punzón. También se llamaban así a los volúmenes formados por hojas de pergamino cosidas. Anteriormente los escritos se realizaban sobre cortezas de papyrus, planta que crece a orillas del Rio Nilo, que, debidamente preparada, servía para estos fines dando lugar a la formación de incipientes bibliotecas; consecuencia de este ambiente, es la mayor abundancia de los libros y el deseo de conservarlos y preservarlos del natural deterioro, dio origen a la encuadernación, que se realizaba donde estaban organizados todos los servicios para la escritura de los manuscritos, cuya producción aumentó.

‘Compilatio Leupoldi’, un volumen del año 1489. ‘Compilatio Leupoldi’, un volumen del año 1489.

‘Compilatio Leupoldi’, un volumen del año 1489.

Su costura se realizaba sobre unos bramantes, que en la antigüedad eran de piel, originando unos abultamientos, llamados nervios, que se consiguen y definen al ceñir la piel de la encuadernación al lomo. Este procedimiento tenía el inconveniente de que al abrir sus hojas, se agrietaba la piel y la decoración del lomo se estropeaba. Actualmente, los nervios se hacen independientemente del lomo, evitando el deterioro. Las primeras encuadernaciones se realizaban sobre libros de especial valor, dotándolos de gran riqueza, como los Salterios, misales, evangeliarios, etc… Estos libros escritos en abadías y monasterios eran encuadernados uniendo sus hojas cosidas a los nervios y sujetándolos a tapas de madera que las protegen; se cubrían con piel de cerdo, cabra y venado, de color castaño principalmente. Sobre este cuero se estampaban los hierros, con dibujos varios, figuras, emblemas, tracerías, etc….

Estos hierros se aplicaban en caliente sobre la piel, previamente humedecida, mediante presión; esta técnica se llama gofrado.

Las ‘Partidas de Alfonso X’, en una encuadernación datada en 1550. Las ‘Partidas de Alfonso X’, en una encuadernación datada en 1550.

Las ‘Partidas de Alfonso X’, en una encuadernación datada en 1550.

Dichos libros eran protegidos con clavos llamados buyones, cantoneras, etcétera. Algunos se encadenaban una mesa pupitre con toscas cadenas de hierro, prudente medida que tuvo por objeto salvaguardar el libro de posibles extravíos, así como ponerse a pecadoras tentaciones evitando que cambiaran de poseedor.En la década de los 60 del pasado siglo, realizábamos encuadernaciones sobre grandes antifonario y corales para la Cartuja de Jerez.

Tras la invasión musulmana, aquellos hombres venidos de Oriente traen consigo una brillante civilización, llena de nuevas ideas, artes decorativas y suntuarias de gran importancia. Toda esa potencialidad es recogida por los españoles, que realizan conjuntamente obras capitales dentro de la arquitectura, cerámica, armas, tejidos y demás artes, etc…

Esto ocurre de manera especial con el libro; la cultura árabe era infinitamente superior a la que poseían los pueblos de la Europa Occidental; los invasores traen como bagaje cultural, el estudio de la astronomía, de la literatura más refinada, la medicina, la botánica, la jurisprudencia, la historia, la geografía..., todo dentro de un nivel muy alto.

A ellos se unían los elementos de trabajo que para estos menesteres traían. Al empleo del pergamino unen el uso frecuente del papel fabricado en Játiva, Toledo, Sevilla, etcétera; materia prima para la escritura que conseguían de gran calidad y baratura. Al igual que la curtición de los cueros y pieles, que recibían después estampaciones diversas, trazado de varios dibujos, el policromado, el dorado y plateado, repujado, cincelado, pieles dentro de otras formando el mosaico, forraban los libros otorgándoles una encuadernación.Aparece el oficio de guadamacilero, que era el arte de dorar y estampar los cueros. Tal oficio no podía ser ejercido sin demostración previa de aptas capacidades mediante un examen.

Un ejemplar de ‘Scala Dei’, fechado en 1523. Un ejemplar de ‘Scala Dei’, fechado en 1523.

Un ejemplar de ‘Scala Dei’, fechado en 1523.

Con los artistas árabes, junto a los españoles, aparecen las encuadernaciones denominadas mudéjares, al mismo tiempo que las monásticas, realizadas en conventos y monasterios, de ahí su nombre, armonizando perfectamente.

Estos códices están protegidos por tapas de haya o nogal, cubiertas de becerrillo, decoradas con rica estampación gótica tipo español; lirios, castillos, águilas, grifos y lacerias, realizadas toscamente en el siglo XIII.

Las encuadernaciones mudéjares subsisten a comienzos del siglo XVI en España, y se caracterizan por las lacerías que se desarrollan en toda la tapa; sus huecos se rellenan de pequeños hierros entrelazados y gofrados, apareciendo por primera vez, puntos dorados. Fue en España, en el siglo XIII, donde se aplican las improntas d’oropell y puntos de oro en las encuadernaciones.

El rey Felipe II, asesorado por sabios y eruditos, comprendiendo lo útiles que podían ser los escritos árabes para nuestro acerbo científico y cultural, cursó las oportunas órdenes a sus embajadores para que, en la caza de manuscritos destinados a la Biblioteca Escurialense, pensaran también en los arábigos. Los primeros libros llegaron de bibliotecas holandesas.

Una de las características que nos ofrecen los libros de la Biblioteca de El Escorial, fundada por dicho rey, es que están expuestos al revés, con los cortes delanteros dorados para afuera, donde va pintado el título de la obra, y que proporcionan a aquel lugar un aspecto de riqueza sin igual.

Arias Montano escribía al secretario de Felipe II, dándole cuenta de los libros que había “apartado”, cuyas listas adjuntaba, esto sucedía por el año 1574. Parte de esta biblioteca, según D. Antonio Rodríguez Moñino, con quien mantuvimos relación epistolar, fue trasladada al Banco de España y a la Iglesia de San Francisco el Grande de Madrid, durante la Guerra Civil.

Resulta difícil determinar el número de manuscritos árabes. Según el inventario de Carnicero, serían de 1.905 aproximadamente en los anaqueles de El Escorial. Siendo en los monasterios donde la cultura medieval se hallaba concentrada.

En tiempos de Carlos III, en cuyo reinado tanto se imprimió, destacó Joaquín Ibarra y su obra cumbre el Salustio. El polifacético Antonio Sancha, famoso impresor, librero y notable encuadernador, falleció en Cádiz en el año 1790.

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