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DETRÁS DE LA LÍNEA, POR FAVOR. Centro José Guerrero GRANADA

No me duelen prendas reconocer que siento un especial cariño por el Centro José Guerrero y que soy más que un enamorado de todo lo que en él se lleva a cabo. Es una institución museística que me atrapa y que siempre me llena de satisfacciones -me pasa lo mismo con el Museo de Bellas Artes de Bilbao-. Su trayectoria, feliz y acertadísima; sus buenas proposiciones, su marcado interés por la obra de los de fuera y, también, por los de aquí; sus constantes experiencias en torno a registros tangentes a lo propiamente artístico y, por supuesto, la bella, íntima y entrañable infraestructura, hacen del Centro que ahora dirige Paco Baena y que sigue la estela dejada por la siempre querida y recordada Yolanda Romero, una de mis citas más gozosas a este espacio, absolutamente, vinculado a mi carrera como Crítico de Arte.

Si esto es así y para este que esto les escribe, no tiene vuelta de hoja. La exposición Detrás de la línea, por favor, te implica aún más en la constatación de mi interés por el Centro que ocupa aquella vieja casona donde se realizaba el diario Patria.

En esa preclara dinámica que existe en el discurso expositivo del Centro José Guerrero nos encontramos con un nuevo proyecto altamente ilusionante. Serán una serie de artistas invitados los que seleccionen la obra de José Guerrero para mostrarlas junto a las suyas en un diálogo entre dos artistas distintos pero cuyos intereses bien podrían cumplementarse. El primer pintor que ha sido seleccionado para llevar a cabo tal realidad expositiva es José Piñar, un artista en plena joven madurez, con gran solvencia creativa, culto, conocedor de la obra de Guerrero, de sus muchas posibilidades museísticas y, por supuesto, sabedor del profundo entusiasmo de su propio trabajo y su predisposición a ofrecer un análisis de la obra de aquel, muy distinta a la suya.

La muestra se presenta con el sugerente título de Detrás de la línea, por favor, haciendo alusión a la frase tantas veces utilizada en los museos cuando uno traspasa la línea de separación para observar más de cerca las obras. La exposición se estructura en cuatro partes, coincidiendo con las plantas y salas del Centro. En la primera, las obras de Guerrero elegidas son de los años 50, Signos (1953), Black Followers (1954) y Variaciones azules (1957). Hacia ellas se dirige un vídeo de Piñar protagonizado por él mismo en el que va ejecutando una danza creativa desarrollando el propio acto de pintar; un acto por el cual el artista, de frente al lienzo - la cámara-, hace patente el juego mágico de la pintura en el momento íntimo de ir plasmando las distintas pinceladas. Piñar insiste, con ello, en el poder emocional de la pintura, en la fuerza que sale del alma y se transmite en la acción de pintar; aquel action painting que influyó en los primeros años de Guerrero en América.La segunda planta nos sitúa en el periodo creativo de los años 70, allí cuando Las Fosforecencias ocupan el trabajo del pintor granadino. Fosforecencias (1971), Crecientes horizontales (1973), Intervalos negros (1971), Penitentes negros (1972) y Solitarios (1972), obras de gran contención pictórica que deja en suspenso los rigores expresivos de años anteriores y, tampoco, anuncian los más evocadores de lo que sería su futuro próximo. Para dialogar con ellas, José Piñar nos ofrece otro vídeo en el que las obras de José Guerrero son observadas por una pareja de espectadores que parecen sentir una especie de desasosiego ante la visión de las mismas.

En la tercera planta nos encontramos al José Piñar pintor. Su obra aparece amontonada en una parte de la sala. Son obras importantes de sus distintas y esclarecedoras periodos, que son la colección del artista y que están en su poder al no haber sido vendidas en ese mercado caprichoso y arbitrario. Esta acumulación de piezas parecen haber salido del estudio, entrañable y doméstico, del pintor para ser llevadas a un todopoderoso museo y ser situadas ante las grandes y geniales de un autor significativo, cuyas obras Panorámica de Roma"(1948), de pincelada clara y valiente esquematiza la realidad de la vista romana y Las dos hilanderas (1948) tejen mientras realizan una enigmática danza de rupturas formales y concreciones diluidas. Todo enigmáticamente contemplado desde el Autorretrato (1950) de un joven Guerrero, sereno y altivo.

La última planta, la que nos lleva al cielo junto a la Capilla Real, es convertida por José Piñar en una especie de laboratorio donde se disecciona una de las grandes obras de Guerrero, La Brecha III (1989), la segunda de las obras que realiza como variación de La Brecha de Víznar. La pieza escogida, sin estar presente en la sala, domina, en la distancia, el ambiente. Piñar analiza, con precision científica la realidad de la obra sin tomar partido alguno.

Estamos, pues, ante una gran exposición. El joven artista se sitúa desapasionadamente ante la obra del maestro. Elige unas obras y les da un apoyo conceptual con su obra y con videocreaciones de feliz argumentación.

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