Cultura

Al infierno no se baja en ascensor

EEUU, 2011, Thriller. Dirección: Bruce Robinson. Guión: Hunter S. Thompson, Bruce Robinson. Intérpretes: Johnny Depp, Aaron Eckhart, Giovanni Ribisi, Amber Heard. Música: Christopher Young. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Carol Littleton. Cines: Bahía Mar

Sólo un Sam Peckinpah, tal vez, habría podido convertir esta novela en una película sin traicionar -aunque sea con las mejores intenciones- la rabia nihilista, la furia autodestructiva y el desconcertante fondo de denuncia escandalizada que hizo la fama de su autor, el periodista y novelista Hunter H. Thompson, creador del llamado "periodismo gonzo" (cosa que es difícil saber si agradecerle o reprocharle). Porque Peckinpah, al igual que Thompson, filmaba como vivía. Por decirlo con la famosa y redonda frase de Juan Belmonte: "se torea como se es". Hay obras que se construyen al precio de una vida. Y citar aquí a Belmonte no está de más ya que Thompson, que en poco se pareció durante su vida al Pasmo de Triana, eligió en cambio tener su mismo, trágico, fin.

Johnny Deep fue amigo de Thompson llevado de la admiración hacia su figura y su obra. Interpretó Miedo y asco en Las Vegas, basada en una novela suya, y ahora produce e interpreta esta otra adaptación. Pero la admiración no basta para enfrentarse a un texto/experiencia así. Un periodista pasado de todo llega en 1960 a Puerto Rico para trabajar en un periódico miserable y a punto de cerrar. La redacción es un cuchitril, los compañeros sufren distintos grados de alcoholismo y practican todas las variantes posibles del chanchullo, el director baila en la cuerda floja para mantener a los anunciantes renunciando a informar sobre los escándalos de especulación, la habitación que comparte con uno de ellos es una cochinera, la información que redacta no le importa a nadie y la que le importa a él no es publicable… Como fondo y contraste los dos Puerto Rico: el miserable de los barrios bajos y el lujoso de los especuladores norteamericanos que quieren convertirlo en un parque temático de playas, burdeles, hoteles y casinos.

La desesperación, el alcoholismo, la bajada a los infiernos, la autodestrucción, no se fingen, no se representan. Una película así no puede tener tomas aéreas sobre las playas de Puerto rico o lujosos coches recorriendo sus carreteras bordeadas de palmeras; no puede jugar al lujo y la postal oponiéndolos a una miseria que siempre parece impostada; no puede utilizar la música como sofisticado fondo lounge de sexo en yates y carreras en lujosos deportivos; no puede centrarse tanto en lo abierto, las playas deslumbrantes, las villas millonarias o los hoteles de muchas estrellas (y si lo hace debe lograr transmitir la sensación de irrealidad y asco con las que el protagonista las atraviesa); ni puede abordar la denuncia de la explotación -de la tierra y de las personas- con tan simple demagogia y tan elementales caricaturas de los capitalistas. Al infierno no se baja en ascensor.

La película fracasa en el retrato del personaje atormentado y de sus frecuentes bajadas a sus infiernos íntimos o a los infiernos puertorriqueños. También en la narración de su turbulenta historia de amor. Johnny Deep pone voluntad, pero no convence pese a sus intentos de poner gesto de Jack Nicholson. Los demás sobreactúan, sobre todo el insoportable Giovanni Ribisi. Se salva Richard Jenkins, que hace una gran interpretación del ambiguo, pragmático, corrupto y desencantado director del periódico. Lo mejor de esta película está en las escenas que comparte con Deep y en su melancólica encarnación de un editor asfixiado por deudas y presiones.

El polifacético novelista (Las peculiares memorias de Thomas Penman), guionista (Los gritos del silencio), actor (El diario íntimo de Adela H) y director (Jennifer 8), Bruce Robinson carece de las fuerzas necesarias para abordar la obra de este incómodo, áspero y brillante personaje que fue Hunter H. Thompson.

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