Cultura

El hombre del brazo de oro

Drama-acción, EEUU, 2010, 93 min. Dirección: Danny Boyle. Guión: Simon Beaufoy, Danny Boyle. Fotografía: Anthony Dod Mantle y Enrique Chediak. Música: A.R. Rahman. Intérprete: James Franco. Cines: Bahía de Cádiz; Bahía Mar; Ábaco San Fernando y Yelmo.

127 horas se anuncia "basada en hechos reales". Nada nuevo, también lo son De dioses y hombres, El discurso del rey y otros grandes éxitos populares de la temporada. Aquí, en cualquier caso, hay más morbo juvenil: ni trasfondo histórico ni tampoco moraleja redentora. La de Aron Ralston es la historia de un montañero atrapado entre las rocas de un cañón de Utah que tuvo que cortarse su propio brazo para sobrevivir. Como en Buried, de Rodrigo Cortés, un hombre solo y un solo espacio.

Habilidoso vendedor de modernidad (Trainspotting) y humo multicultural (Slumdog millionaire), Danny Boyle acepta el desafío de convertir una situación de supervivencia tan limitada en un auténtico espectáculo pirotécnico de acción y entretenimiento. Tal vez se preguntarán cómo. Tal vez puedan imaginárselo. Nuestro héroe atrapado lleva consigo todo un arsenal de dispositivos (una cámara digital para elaborar un diario de su odisea, a lo Jesús Calleja), herramientas y, sobre todo, una enorme fuerza de voluntad y una imaginación desbordante que lo harán aguantar lo que haga falta. Porque de lo que se trata aquí, que nadie se equivoque, es de no enfrentarse nunca frontalmente a un cuerpo y a un espacio limitados, a la inmovilidad y las estrecheces, a la respiración y el miedo, es decir, a todo aquello que pueda hacernos experimentar o pensar el tiempo a través de la puesta en escena.

Boyle expande su gruta de cartón piedra con un arsenal de clembuterol audiovisual (ralentíes, aceleraciones, saturaciones de color, mezclas, músicas) sacado de la escuela MTV y National Geographic, todo sea para narrativizar y dramatizar a un tipo (James Franco, tan conmovedor) capaz de interpretar para nosotros su particular confesionario vital (chistes incluidos) que repasa infancia, amores frustrados o añoranzas familiares a velocidad de vértigo. Decíamos que aquí no había moraleja. Rectificamos, claro que la hay, y más de una: no hay ningún lugar como el hogar, deja dicho siempre por dónde andas y nunca es tarde para cambiar de vida. La cinta es candidata a seis Oscar.

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