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Cultura

El hilo de la vida

La bella población de Grazalema nos gusta por todo lo que es; por su geografía de espectaculares paisajes; por su gastronomía de ricos y variados manjares; por su clima - por lo que llueve, por lo que nieva y porque, cuando el calor asfixia en todos los sitios, goza de fresca temperatura; por su gente... y, particularmente, a este que esto les escribe, porque allí se encuentra la galería de Maru Redondo y Jack Neilson; una de las pocas que, todavía, resisten en Andalucía con criterio, sapiencia y sensatez. En el bello espacio de la calle Mateos Gago, los Neilson nos hacen transitar por la pasión más auténtica del Arte. La galería de Grazalema, desde su creación, se ha convertido en cita obligada con lo mejor de la plástica; hasta ella han llegado artistas de muy variada naturaleza que han aportado mucha amplitud de miras y han dejado el testimonio fiel de un arte con infinitos desarrollos y desenlaces. Neilson Gallery ha sido en estos años punto de encuentro con muchos nombres que son, ya, verdaderas realidades del arte español. En sus paredes hemos visto obras de Chema Cobo, Federico Guzmán, Juan Ángel González de la Calle, Ramón David Morales, Carol Diver, Pep Guerrero, Montse Caraballo, María Ortega, entre otros muchos. Y sus estancias llevan el sello vital, permanente y eterno, del gran Quico Rivas, referencia verdadera del Arte Contemporáneo en España, sobre todo, en aquella Sevilla de los años setenta y pieza fundamental en un tiempo iniciático -la ciudad hispalense bien lo experimentó cuando, con Juan Manuel Bonet, crearon el Centro M-11- que, sin ánimo de lacrimógenas nostalgias, se echa de menos.

Ahora, para comenzar una nueva etapa, se presenta la obra de la japonesa Kimika, una artista afincada en Sevilla que llega a Grazalema, no por un azar circunstancial, sino llevada por la tradición pañera que, desde tiempo inmemorial, existe en la localidad serrana. Kimika trabaja, entre otros materiales, con materia textil a modo de collage, consiguiendo series espectaculares donde se presiente una realidad absolutamente espiritual, además de la que proporciona la plasticidad del color. Y es que la artista japonesa está implicada abiertamente con la historia de los pueblos, con la búsqueda de su esencia y, sobre todo, con la lucha de los más desfavorecidos por encontrar un camino esperanzador. Ella es colaboradora de Artifariti, esa extraordinaria labor que realiza una serie de artista comprometidos con la problemática del pueblo saharaui, allí en los territorios donde Marruecos impone vergonzantemente su poder dominador, mientras el mundo mira para otro lado. En los campamentos de Tinduf, Kimika ha desarrollado acciones artísticas con la colaboración de las mujeres saharahuis para crear, al mundo, la conciencia en torno al duro sometimiento de los marroquíes a un pueblo indefenso rodeado de campos de minas.

Lo primero que el espectador siente ante la obra de Kimika es la magnificencia del color. Los trabajos de esta artista son retazos de colores que desarrollan una espectacular escenografía cromática. La plasticidad de su obra es determinante, la contundencia formal invade toda la labor y sumos gestos de sensualidad atrapan la mirada. Sin embargo, los collages de Kimika van mucho más allá de lo que refleja el poder plástico del color. En su obra encontramos reflejos coloristas que nos transportan a la esencia de su pueblo, a su filosofía ancestral, a su espiritualidad y a ese intimismo que encierra la cultura oriental. En la obra que llena los bellos espacios de la galería se suceden realidades que yuxtaponen dos momentos perfectamente diferenciados. Por un lado, los planteamientos propiamente expresivos, con unos modos exultantes, llenos de fortaleza formal, de fórmulas coloristas; por otro, la especial simbología de una cultura que entronca con lo humano, con lo natural, con la existencia; en definitiva, con la vida misma.

Kimika titula la muestra Tomar el hilo; utilizando el término hilo no sólo como la mera referencia física que impone su collages textiles, sino también con una poderosa carga conceptual. Su sentido polisémico oferta muchas posiciones, entre las que se encuentra la idea de punto de partida, algo así como una especie de realidad en la que apoyarse para seguir caminando. Y es que, en esta exposición, Kimika retoma su actividad artística tras una enfermedad; siendo estos momentos los inicios de un tiempo nuevo. El hilo es el conductor de una historia que une, que hace mirar hacia el futuro, que conduce por y para una existencia llena de infinitas posibilidades. Sus papeles y obras textiles encierran historias de vida; plantean una necesidad; y desentrañan un relato que cuenta una realidad presentida, llena de argumentos velados, de signos, de formas que anexionan vida, naturaleza, existencia, historial.

La muestra nos pone en la sintonía de un arte total. Junto a un continente bello, a unas formas expresivas poseídas por los gestos supremos del color y sus inquietantes simbologías, se sucede un contenido lleno de emoción, de retazos de vida, de intenciones que buscan hacer un mundo más feliz.

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