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Cultura

El hilo de la conversación

Uno de los motivos por los que muchos amamos el baile flamenco es por el diálogo, siempre renovado, que mantiene en el escenario con la música y con el cante. Cuando los artistas tienen talento y ese diálogo es verdadero y no una suma de monólogos, la conversación, solemne o festiva, se vuelve un hecho único e inolvidable. Por eso todos los que amamos el baile amábamos sin reservas a Chano Lobato. Su garganta y su compás eran prodigiosos. "Era el mejor en los cantes de los puertos", aseguraba ayer en el tanatorio Matilde Coral, su compañera de escenario y de tertulias durante más de treinta años, entre otras muchas cosas que él ya no le podrá rebatir. Y lo mismo dijeron grandes de la danza como Manuela Vargas, o como Antonio, a quien acompañó con su voz durante veinte años, y como otros que aún nos deleitan en los escenarios, como Merche Esmeralda. Y es que, para el baile, su cante por alegrías era como un hilo de colores que salía de su garganta para acompañar, envolver, proteger, o incluso retar a las bailaoras -o bailaores- sin dejar que éstas perdieran jamás ese norte -o mejor dicho, compás- que él, como una brújula de precisión, nunca dejó de señalar.

Con todo, lo mejor de nuestro Tío Chano, sin embargo, no era su cante sino su persona inconmensurable. Junto a su sonrisa y a su tremenda guasa gaditana, que lo habían convertido en los últimos tiempos en el más cotizado cuenta-historias del flamenco, Chano hizo gala siempre de una generosidad y de una dignidad difíciles de comprender en el mundo actual. Por eso no nos extraña que hoy, en Cádiz, su tierra, se haya decretado un día de luto oficial. Porque con Chano Lobato, además de un amigo, un genial cantaor y un conversador inigualable, se van, para no volver, más de sesenta años de historia flamenca.

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