Cultura

fragmentosLa canción del pirata (1983) Encierro y fuga de San Juan... (1989)

Me dio sitio de hombre sin perder el suyo; yo era virgo cabal, mas tenía ya todo el aprendizaje de varón como hecho y en la masa de la sangre, y La Curruca supo hacérmelo lucir. Claro que fue ella quien llevó los pasos del baile.

Sabía más que el Ratón Colorado y aunque yo, por vivo, me embarcara sin tardanza en este o aquel juego de placer, ella era la almiranta en echarlos a andar, ya digo que dejándome también un mando y sin siquiera hacerse la sabihonda, pues hasta me contó en una parada que dos de las posturas más gustosas las había aprendido de dos señoronas principales, a las que ella y la negra les buscaban amoríos de tapadillo y el sitio donde gozarlos sin susto.

Tomo un sorbo de blanco frío, todavía está la copa medio empañada y, al dejarla en la mesa, me tiembla un pelín la mano porque en la sala de televisión acaba de saltar otra voz sofocada de la gente. Sí. Un rumoreo como los que saltan en los partidos grandes por TV aunque, en vez de ese clamoreo de gol, alegre o cabreado, a lo que este sonó es al zumzúm del agobio y del sinvivir que se están comiendo hora a hora al Parador, al pueblo entero, a medio mundo, desde la tarde ya. Aparte el tragedión de esta mañana en la carretera, que eso es otra cosa o... vendría a ser la misma, no sé. ¿Y todo por el cuadrito y ocho mil pesetas? Ocho. Un billete de cinco y tres verdes.

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