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Los escritores y el "agua de perdición"

  • El libro 'Alcohol y literatura', de Javier Barreiro, ahonda en la relación con la bebida de un buen número de autores, un recorrido que va del "patrón" Edgar Allan Poe a Lucia Berlin

Los motivos no pueden precisarse, pero los creadores que se consagran a las letras, según apuntan las estadísticas, poseen una mayor inestabilidad emocional que aquellos que trabajan en otras disciplinas. Así lo señala el investigador Javier Barreiro, para quien "las depresiones y neurosis son mucho más frecuentes entre escritores que entre músicos y pintores". Y la mala fortuna de narradores, dramaturgos y poetas no acaba aquí: el alcoholismo "tiene una incidencia unas tres veces mayor entre quienes se dedican a la literatura que en otros artistas".

Barreiro, autor de biografías de Raquel Meller y Pepa Flores, también poeta y narrador, ha estudiado esa debilidad de los literatos por la botella en Alcohol y literatura, un ameno y valioso ensayo que publica la editorial Menoscuarto y que arranca su completa galería de escritores dipsómanos con el noruego Knut Hamsun, que se presentó borracho a la entrega del Premio Nobel que se le concedía -era el año 1920- y entre otras impertinencias golpeó el corsé de la integrante de la Academia sueca Selma Lagërlof y, tras eructar, sentenció: "Lo sabía, suena igual que una campana".

Menéndez Pelayo, Manuel Machado o Dámaso Alonso, entre los españoles incluidos

En Alcohol y literatura se confirma el amor por la bebida de algunos autores a los que el imaginario colectivo vincula a la causa. No faltan nombres como Tennessee Williams, Faulkner, Cheever o Hemingway, que llegó a decir que "mientras no está borracho, un hombre no existe verdaderamente". En su análisis, Barreiro define como "el patrón" de los escritores beodos a Edgar Allan Poe, pero considera que la ebriedad del cuentista era "un método de trabajo" ya que en su obra vertía "sus estados visionarios"; describe Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, como "el monumento alcohólico más famoso del siglo XX", y recuerda una contundente cita de Baudelaire, en la que el parisino proclamaba: "Hay que estar siempre borracho. Ese es el secreto, la única cuestión. Para no sentir la horrible carga del tiempo que rompe vuestras espaldas y las inclina hacia la tierra, es preciso emborracharse sin tregua".

No obstante, el estudio va más allá de los ejemplos previsibles y advierte que "también grandes hombres conocidos por su equilibrio, como Goethe, bebían". Y no precisamente poco, añade Barreiro: "Entre una y dos botellas al día, pero sin intención de emborracharse, sino como una actividad cotidiana más, como tomar el fresco o cepillarse los dientes". Otros intelectuales respetados, que no respondían al perfil de malditos que sí arrastran creadores como Alfred Jarry y Alejandro Sawa, aparecen en el libro como verdaderos amigos del trago. Sobre Marcelino Menéndez Pelayo, el pintor Luis Quintanilla sentenció: "Se emborrachó un día estando en Bélgica estudiando a los veinte años, y no dejó la borrachera hasta el momento de morir a los sesenta y tantos". También se retrata "con una trompa imponente" a Dámaso Alonso, al que el lector de este libro encontrará incluso peleándose en las tabernas, y se registra la preocupación que Manuel Machado albergó por su afición a la bebida, que maldijo en el poema Alcohol: "(...) Agua de perdición. / Nombre del demonio. / Delicia insana. / Mal placer... / ¡Alcohol! / Mentira, química, muerte (...)".

Escritores como el sevillano Alfonso Grosso, el gaditano Fernando Quiñones, Jaime Gil de Biedma o Carlos Barral forman parte del capítulo dedicado a la literatura española de la mitad del siglo XX, mientras que entre los autores hispanoamericanos que analiza Barreiro estarían Rulfo, que terminaría con su adicción con un consumo constante de Coca-Cola, Onetti, Bryce Echenique o Cabrera Infante, que una vez le espetó al poeta peruano Antonio Cisneros: "¿Sabes, chico, qué es peor que un alcohólico? Una persona que ha dejado de beber en contra de su voluntad".

En este desfile de aventuras etílicas apenas hay escritoras: Dorothy Parker, Carson McCullers, la recientemente descubierta Lucia Berlin o la española Ana María Matute son algunas de ellas. De la autora de Olvidado rey Gudú, Barreiro recupera una declaración que hizo con su habitual humor al final de su vida: "Mi hijo sospecha falsamente que me caigo en los hoteles a causa de la bebida, pero no, es a causa de las esterillas que ponen bajo las camas".

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