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Arte

Aquellos escenarios de la memoria

  • Silvia Lermo expone en la Sala Rivadavia

Silvia Lermo, en la inauguración de su muestra.

Silvia Lermo, en la inauguración de su muestra.

La programación de la Sala Rivadavia, de las de mayor sentido de cuantas tienen lugar en la ciudad, nos ofrece otra espléndida exposición. Lástima que éstas no sean tan frecuentes como desearíamos. Con el poco presupuesto con que se cuenta para este tipo de actuaciones culturales, demasiado se hace. Afortunadamente, al frente de la coordinación de exposiciones de la Diputación Provincial se encuentra Eduardo Rodríguez, sabio mago que es capaz de tirar de donde poco existe, y traer a los espacios con que cuenta la institución gaditana , lo más selecto de cuanto se hace por aquí y por allá. Por eso y gracias a su astucia, el arte sigue llegando, menos de lo que quisiéramos y de lo que Cádiz se merece, pero con suma trascendencia y llevando implícitas las marcas organizativas que el gestor gaditano imprime a sus realizaciones. Y es que Eduardo conoce el arte y a sus artistas y sabe dónde buscar para que cuando pueda, llenar de modernidad artística, los espacios expositivos de la Diputación de Cádiz, como este que se encuentra en el Consulado de Argentina de la capital gaditana.

La obra de la artista nacida en San Fernando, Silvia Lermo, bien constata lo que se formula desde el estamento organizativo de Eduardo Rodríguez. Se trata de una exposición redonda, con los perfiles adecuados para que presente los postulados adecuados de la contemporaneidad pictórica. Una figuración muy bien acondicionada en fondo y forma, que establece los registros de una realidad que ofrece posiciones metafóricas y que traspasan los meros argumentos de una representación ilustrada.

En un primer momento nos encontramos con una artista poseedora de una pintura muy bien definida, sujeta a unos esquemas interpretativos por los que lo real se hace presente sin reveses, manteniendo firmes los registros de una pintura acertadamente dispuesta desde sus formas meramente realistas. Sin embargo, las obras de Silvia Lermo nos anuncian que los elementos representativos de esa realidad tan bien transmitida no son si no figuras de una metáfora muy bien construida.

La artista isleña nos introduce en un universo de recuerdos, de imágenes fijas en la memoria que vuelven a una realidad, quizás con ciertos vértices transgredidos. Las obras nos presentan un tiempo detenido, una imagen fija que suscita la emoción de lo que, al menos, se han presentido y que posee infinidad de circunstancias. Los personajes mantienen una expectante emoción; son portadores de actitudes pretéritas, entresacadas de los recovecos de la mente, donde se han mantenido inertes para, en este momento, hacerla visible con su fuerte carga de emotividad.

Silvia Lermo nos hace presente una realidad a contracorriente. Los personajes habitan un mundo silente, casi ajeno a una existencia real, que sólo manifiesta retazos de un universo de recuerdos. La obra conmueve, inquieta, transporta a espacios mediatos que asoman como escenografías de una vida donde la humanidad desentraña acciones que renacen después de haber perdido la naturaleza con lo que fueron concebidas.

Como viene siendo habitual en las exposiciones que se nos ofrecen en la Sala Rivadavia, encontramos situaciones artísticas que jamás van a dejar indiferentes. La pintura de Silvia Lermo, nueva, moderna, sin tiempo ni edad, genera la máxima emoción desde esos escenarios afectivos donde pasado y presente fijan sus circunstancias, sin estridencias, y transportan a una nueva realidad.

La exposición en Rivadavia, siempre esperada, vuelve a situarnos en los estamentos de un arte convincente donde, siempre, encontramos ese eterna emoción que pellizca el alma y nos sitúan ante un arte que, sin duda, nos ofrece los máximos argumentos de la emoción y nos hacen seguir confiando en la buena pintura.

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