Ernesto Mallo: "Hasta en el monstruo más grande hay un poco de bondad”

Negro sobre negro

El escritor argentino publica ‘Kuklinski’, una indagación literaria en la mente del asesino a sueldo más escalofriante del siglo XX, que mató a más de cien personas

Ernesto Mallo.
Ernesto Mallo.

Ernesto Mallo (La Plata, 1948) siempre ha transitado por los márgenes de la violencia, la culpa y la moral. En su última novela, Kuklinski (Editorial Siruela), se adentra en la mente del conocido como Hombre de Hielo, un asesino a sueldo estadounidense que mató a más de cien personas. “Lo que me impresionó fue su inteligencia, su percepción y su sinceridad”, dice Mallo mientras repasa las sombras que lo inspiraron.

Pregunta.—¿Cómo se interesa por la figura de Richard Kuklinski y cómo decide trasladarlo a la ficción?

Respuesta.—Vi una entrevista que le hizo un psiquiatra en la que Kuklinski fue absolutamente sincero. Me impresionó su inteligencia, su percepción, su capacidad para analizarse. A partir de ahí empecé a investigar su vida. Es un personaje fascinante, no sólo por su brutalidad sino por su lucidez. Finalmente decidí trasladarlo a una medio ficción, porque en su historia hay mucha verdad, pero también mucho que sólo puede comprenderse desde la literatura.

P.—En su novela hay una reflexión sobre el mal. ¿Cree que en Kuklinski hay un componente genético?

R.—Creo que hay una mezcla de lo genético y lo adquirido. Él nace con una incapacidad para sentir miedo o repulsión, algo que, en otro contexto, podría haber sido útil para la sociedad: los pilotos de prueba, los desactivadores de bombas, los deportistas extremos suelen compartir ese rasgo. Pero Kuklinski no creció en un entorno amoroso ni protector; al contrario, fue abusado, maltratado, incomprendido. Cuando no hay amor, el odio ocupa su lugar. Si hubiera tenido afecto, quizá habría sido un hombre útil. Sin eso, se convirtió en una máquina de matar.

P.—El estilo narrativo alterna la primera y la tercera persona. ¿Por qué esa elección?

R.—Porque Kuklinski tenía múltiples personalidades. Podía ser un padre de familia ejemplar y, al mismo tiempo, un asesino despiadado. En la novela, cada parte tiene un narrador distinto. En la primera y la última habla él; en la del medio, una voz externa. Esa alternancia refleja su esquizofrenia interior, sus fracturas.

P.—Esa dualidad es central: un hombre que ama a su familia y a la vez mata sin remordimiento. ¿Cómo trabajó esa contradicción?

R.—Partí de su percepción del mundo. Kuklinski quería progresar, ganar dinero, como cualquiera, pero su única habilidad era matar. El entorno lo aprovechó. El crimen organizado vio en él una herramienta útil. Su carrera criminal surge de esa lógica perversa: la de un hombre sin miedo que encuentra en la muerte su modo de ascenso social.

P.—¿Qué diferencia hay entre escribir sobre un asesino real y uno inventado?

R.—En el fondo, ninguna. Kuklinski no pretende ser una novela histórica. Es un personaje literario alimentado de una historia real. No busco documentar, sino entender: qué hay en la mente de alguien que mata sin pestañear.

P.—El libro tiene un tono muy cinematográfico. ¿Imagina una adaptación al cine?

R.—Ojalá. Ya se hizo una película sobre él, The Iceman, que no está mal, pero se queda en la anécdota. Yo intenté ir más allá, explorar la mente del monstruo, su percepción del mundo.

P.—Pat Kane, el policía que lo persigue, parece su espejo.

R.—Sí, Kane es un personaje clave. Se obsesiona con atraparlo. Cuando por fin está seguro de que es el asesino, tiene que hacerlo. Pero, como muchos asesinos reales, Kuklinski también comete errores que son casi autodenuncias. En el fondo, muchos de ellos quieren que los detengan. Como dijo otro criminal: “me cansé de matar, quería que alguien me detuviera”.

P.—Al final de la novela, Kuklinski parece encontrar paz precisamente cuando está encerrado en prisión.

R.—Claro. Lo que contiene a los seres humanos de sus impulsos más oscuros es el afecto, la empatía. Kuklinski carecía de eso. Cuando lo meten en la cárcel, finalmente está contenido. No puede matar, y eso le da una extraña serenidad. Es su momento de paz, pero también su momento de mayor soledad.

P.—Su mujer, Bárbara, y sus hijas… ¿puede alguien llevar una vida normal después de convivir con un monstruo así?

R.—No. Ellas jamás podrán tener una vida normal. Bárbara no sabía del todo lo que hacía su marido, pero no sabía porque no quería saber. Cualquiera que esté casado entiende eso. Cuando uno no quiere saber, reprime lo que ve, lo esconde dentro de sí. Y cuando la verdad sale a la luz, todo ese edificio se derrumba.

P.—Sin embargo, al final, Kuklinski parece capaz de un gesto de piedad.

R.—Sí. El cura que lo visita le dice: “haga algo bueno una vez en la vida”. Y él lo hace. En ese gesto hay una chispa de nobleza. Hasta en el monstruo más grande hay un poco de bondad. Cuando dice “Dios que me perdone, que para eso es su trabajo”, uno no sabe si reír o llorar.

P.—¿Vuelve pronto a Argentina?

R.—Sí, de visita. Pero la situación allá es pésima, horrible. El país se está hundiendo en la miseria con este presidente que es un chiflado. Lo grave no es él, sino la cantidad de gente que piensa como él. Creo que su gobierno se desploma: nunca administró ni un kiosco, y de pronto preside un país tan complejo como Argentina.

P.—El panorama mundial tampoco invita al optimismo.

R.—No, el mundo está virando peligrosamente hacia la extrema derecha, encabezado por Donald Trump, otro payaso color naranja. Y ahí están también Francia, Italia, Reino Unido, Países Bajos… Es un momento muy preocupante. Yo creo que España no siempre se da cuenta del gobierno que tiene. Desde afuera, se ve que Sánchez es un hombre sensato. España fue el país europeo al que mejor le fue económicamente el año pasado. Y su postura ante Gaza lo ennoblece.

stats