Cultura

Las bandas emergentes convierten el Monkey en un escaparate del futuro

  • Grupos desconocidos como The Ships, Royal Mail o Joe La Reina hacen imprescindible el festival de El Puerto como trampolín musical

La filosofía del Monkey Week nunca estuvo en los grandes nombres, en las grandes estrellas. Siempre las hubo, siempre hubo viejas glorias y glorias nuevas. Quizá este año el relumbrón ha pesado menos que nunca y, sin embargo, pese a una climatología adversa -mientras escribo suenan rayos y truenos, lo que a ratos es agradable-, el Monkey, el gran encuentro de la música independiente, ha mostrado una solidez impropia de una propuesta que se asienta sobre lo desconocido. No sobre lo que es, sino sobre lo que vendrá. "Estoy preocupado, no hay problemas. Necesito problemas", decía sobre las dos de la tarde uno de los miembros del trío que forma el núcleo duro de la organización. Ciertamente, el Monkey, con cerca de 200 conciertos en tres días, ya funciona como un mecano, perfectamente acoplado con El Puerto, en una ebullición que desafía al mal tiempo.

Los nombres que a lo largo de la jornada poblaron los dieciocho escenarios, unos más grandes otros más pequeños, no suenan ni al gran público ni al pequeño público. Pero en muchos casos dejaron momentos gloriosos. Por encima de todos The Ships, que por la denominación podían ser de cualquier sitio. Son de por aquí y su bolo de ayer fue lo más comentado del festival. Actuaron para todo el mundo, en la plaza Alfonso X El Sabio, justo antes de que se desencadenara la tormenta. Sus componentes no son ningunos desconocidos. Si ya les digo que su alma mater es Paco Loco, en uno de sus nuevos proyectos, Paco Loco, el productor asturiano que ha convertido El Puerto en uno de los centros neurálgicos de la música independiente en España (Bunbury, Costa Brava, Nacho Vegas...), ya sabemos por dónde vamos. Entonces Paco Loco recluta (o es reclutado) por uno de los mayores talentos musicales que ha dado Jerez, Dani Llamas, el chaval que puso en pie una banda llamada GAS Drummers, y a Juan Ewan, de Randy. Hablan y dicen qué hacemos. Y lo que hacen es algo que se encuentra en el punto justo anterior a la distorsión, al grunge y a Sonic Youth. Es una música potente y deliciosa que suena a muchísimas cosas y que, en la tarde de ayer, hizo danzar a a una plaza entera, que les aplaudió a rabiar. The Ships, que no se les olvide este nombre.

Pero te puedes sorprender con otras cosas, algo más imperfectas. La cantidad de pedales que manejan los chavalitos granadinos barbudos de Royal Mail, que han escuchado a Radiohead, pero también psicodelia clásica y a Verve y a Ocean Colour Scene, es avasalladora. Tocan tantos pedales que se confunden -siempre ha sido difícil tocar la guitarra y pedalear- pero aún así su música es cristalina y amenizaron la sobremesa desde la terraza del bar Santa Ana de casi toda la Ribera del Marisco con una propuesta que de pretenciosa era encantadora. Que haya veinteañeros que se atrevan con estas complejidades aptas para todos los públicos es enternecedor. Gustaron mucho entre los postres.

Por la mañana, en la bodega Osborne, donde toca aperitivo, se pudo uno enterar de por dónde va la industria musical en las jornadas profesionales. Es muy interesante acudir año tras año a estas jornadas profesionales para comprobar que los profesionales de la industria siguen sin aclararse acerca de si el streaming, el youtube o el itunes van a salvar al mundo de la debacle del todo gratis. También les digo que es gratificante encontrar en los más diversos lugares puestos donde se venden vinilos antiguos. En uno de ellos se vendía un disco de Leif Garret y los éxitos de Neil Diamond a cinco euros. Emocionante. También había discos de Supertramp. Cuando la industria era una industria poblada de música horrible que hoy es agradable vintage.

Ahora es un sálvese quien pueda, pero quien puede se salva y no sería extraño que se salvara una banda donostiarra impresionante, Joe La Reina, que lucharon en la tarde de ayer contra la infame acústica que les proporcionaba la arquitectura discotequera de El Cielo de Cayetana. Pese a los problemas de sonido, lo que hace Joe La Reina es tan audaz y con una estructura tan seductora que son capaces de superar la dificultad de sonar a los mismos rayos que amenaza el cielo, el de verdad, no el de Cayetana. No fue culpa suya. Más fácil lo tenía Ricardo Vicente en el Milwaukee con su guitarra y dos acompañantes para desgranar canciones que emocionan sin saber uno por qué. Quizá porque este hombre salido de la órbita de la Costa Brava sabe contar con ternura las paranoias existenciales de todos aquellos a los que la economía global ha obligado a seguir siendo jóvenes a los 40 años.

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