XXV feria del libro de cádiz Inauguración

Los ebanistas, el león, las palabras sagradas y las serpientes que hablan

  • El escritor y peridiodista Manuel Vicent abrió ayer una nueva edición de la Feria del Libro · En su encuentro, el autor reveló algunas de las claves de la relación del ser humano con la literatura

Sentado tras la mesa de cristal, Manuel Vicent parece Manuel Vicent, pero no lo es. Manuel Vicent es en realidad un león -cierto- que te contempla encaramado a una montaña de letras en conserva, subido a un montón tablillas de cera, de rollos de pergamino, de libros de Silver Kane y de lectores de ebooks. Como cualquier deidad menor, comienza por disculparse de sus achaques: "La alergia al polen me tiene listo -gruñe-. El polen, esa cosa tan poética que va fecundando por ahí, es en realidad un asesino".

"Fueron los ebanistas -dice, como respondiendo a una pregunta-. Hace cuarenta años, gracias a las reformas de los pisos, los ebanistas le otorgaron al libro el gran protagonismo que tiene hoy en día. De repente, quedaba un espacio libre y se decía: 'Ahí estaría bien una estantería'. Y claro, había que llenarla. Con libros, se llenaba con libros -insiste- entre los que solía colocarse cualquier cosa de Lladró".

"Leer --explica, trasteando en su cúmulo de letras- es la manera más barata de volar. Las páginas del libro se despliegan como unas alas, y el libro sigue siendo el artilugio más cómodo, con lo cual se le augura larga vida".

"El ser humano toma conciencia de sí mismo en cuanto sabe que va a morir. Y desde ese mismo momento no ha perdido la neurosis a la muerte -desvela-. Para conjurarla, ha tomado toda clase de líquidos, drogas, raíces... y una de las más efectivas ha resultado ser contar historias: vivir otra vida, ser otra persona, sentir otra pasión... qué importa el soporte. Yo he leído historias magníficas en las puertas de los servicios".

"El ser humano... tiene tres cerebros, todavía en uso. El reptil es quien dicta el hambre, la sed, el sexo y el territorio. Somos patriotas de la misma forma que somos reptiles", ríe Vicent.

"Luego está el cerebro límbico, el de los mamíferos superiores, el que se rige por los símbolos, el que nos habla de los miedos, de los dogmas, de los sentimientos y las caricias... Todas las iglesias quieren hacerse con el control de este cerebro -continúa- porque a través de él te apoderas de la vida de esa persona. Es el que te hace rezar una jaculatoria cuando estás en peligro o saborear el potaje de tu abuela cuando estás lejos. Es el eje de acero que te articula".

"Y por último, está el córtex, nuestro pedazo de razón y pensamiento. Ahí es donde anidan las sílabas, las letras, las palabras. Yo no creo que el ser humano sea inteligente, lo que sí es, es consciente. Su consciencia le hizo descubrir el principio de causalidad que le hacía hacer palanca y de ahí, la ráfaga de inteligencia para llegar a Marte es nada... -explica asombrado-. Es curioso ver cómo, ahora, el pensamiento ha vuelto a crecer y se ha hecho digital. Los jóvenes envían mensajes de texto a velocidad diabólica con ese mismo pulgar que nos definió".

"Las serpientes hablan. Desde lo más hondo de nuestro ser, desde el Paraíso perdido. Nos hablan del trabajo, de la muerte, del sufrimiento... -Manuel Vicent sonríe-. ¿Sabes cómo sabes que te has hecho mayor? Cuando te sorprendes diciendo: Qué barbaridad, aún no ha llegado el taxi, o Eso tenía que estar prohibido".

"Las primeras letras son palabras sagradas. Ahora las primeras vivencias son otras... pero cuando yo era pequeño, corría entre las trincheras que aún quedaban de la guerra. Y había cascos abandonados, llenos de flores. Y un día me encontré un macuto medio podrido. Dentro, había un crucifijo, una navaja, una lata de sardinas y un libro: Corazón, de Edmundo de Amicis. Y recuerdo que esperaba el tren, que el tren llegara con tebeos nuevos".

"Donde yo nací -evoca- había muchos balnearios, reducidos por las bombas, y entre los escombros podía encontrar un mosaico con delfines, murciélagos hibernando, espejos velados... toda una lección de belleza aplastada entre aquellas paredes, aún manchadas de sangre. Nunca he salido del impacto que fue descubrir que bajo la ciénaga puede existir belleza. Y al contrario. Esas fueron -dijo- mis primeras historias".

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