Cultura

Los dueños de la paradoja de oro

  • En el universo literario, las buenas ventas van teñidas de suspicacias sobre la calidad del producto. Factores como la maestría narrativa o la originalidad hacen que un best-seller sobreviva a su encasillamiento

Para un escritor, gozar de escasa o nula repercusión editorial sólo tiene una ventaja: su culto postmortem aumentará exponencialmente. Pero, dado que no todos los autores se intuyen Kafka o Emily Dickinson, semejante posibilidad supone un parco consuelo. Puestos a vivir de la tecla, mucho mejor dar con la clave que permita reiniciar el sistema. Todo el que publica quiere vender. Pero curiosamente, en el universo literario, el éxito de ventas es una manzana envenenada. Las suspicacias acompañan en progresión geométrica al número de ejemplares que un título tiene en las librerías.

En principio, es muy fácil denostar. Decir que los libros que gozan de gran aceptación son simples, de estructuras manidas, de lenguaje lineal o, por el contrario, vacuamente pretencioso. Una generalización que no sólo es incompleta: está teñida de verde. Al cabo, muchos de los títulos que consiguen trepar a la listas de ventas y que gozan de gran acogida desempeñan el papel que se le exige a una buena historia: enganchar, emocionar, evadir y enseñar.

Y, para colmo, muchos autores clásicos pueden considerarse autores superventas. Dickens, por poner un ejemplo, era un escritor tremendamente populista. La mayor parte de las titánicas novelas del XIX se escribieron como folletines, por entregas. En muchas de ellas aparecen los temas presentes en los actuales best-sellers: poder, Iglesia, paternidades desconocidas, relaciones prohibidas y/o condenadas, elementos imposibles y sobrenaturales, agudas crisis existenciales y de conciencia, apoteósico final. Actualmente, escritores como Paul Auster o García Márquez disfrutan de un obscenamente saludable nivel de ventas sin que nadie pueda sugerir que sus textos son de calidad menor. Forman parte de las extrañas rara-avis capaces de nadar y guardar la ropa en el negocio. Y confirman la más odiada evidencia de muchos mediocres: un libro puede arrasar en las listas de ventas y ser un modelo de literatura. Todo viene a depender de la maestría narrativa y de la visión del autor.

El escritor Jesús Maeso, uno de los nombres más firmes dentro del género de la novela histórica, sugiere como claves distintivas de calidad el manejo del lenguaje -hacia el que el escritor ha de guardar una "obligación ineludible"- y el desarrollo de una trama bien urdida.

"Cualquier autor tiene, consigo mismo y con el lector, el deber de presentar una trama inédita -explica Maeso-. Entre oras cosas, porque el primero que no debe aburrirse es el propio creador. Hay que huir de lo fácil y esforzarse por buscar historias desconocidas, que no se hayan tocado antes. Que todo sea puro, hermoso, estético. Hay que apartarse a cualquier precio de lo que nos suene a trillado, a familiar, a ya transitado".

Y, por supuesto, la profundidad. La interconexión de historias, las metáforas narrativas, las señales sutiles, el calado de los personajes. Todos ellos elementos diferenciadores, capaces de marcar distancias imbatibles cuando hemos de distinguir entre una obra de calidad y otra de inercia y fórmula. "Un autor ha de entrar como una daga en el alma del personaje -continúa Jesús Maeso-. Ha de hacer que se desnude y que el lector se enamore de él porque, cuando uno se enamora de un personaje, ya está atrapado por la historia. Ya no tiene salida. Y la mejor manera de hacer esto es colocarlo frente a situaciones dignas de admiración".

Borges teorizaba que los escritores harían bien en cultivar otro oficio distinto al de la pluma. "Si el escritor fuera, al mismo tiempo, un carpintero, o si puliera lentes, como Spinoza -explicaba- podría dedicarse a ese trabajo que le aseguraría el pan y luego podría dedicarse a la otra labor, sin apresurarlo, sin pensar en la gloria".

Y tal vez esas palabras encierren precisamente, sin saberlo, la llave maestra. Pues todo es cuestión de no desenfocar. Y de pulir bien las lentes.

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