Cultura

El anuncio musical de la Navidad

Llega la Navidad (cada vez antes) y con ella el frío, los polvorones, los villancicos, las guirnaldas adornando las calles, los reclamos publicitarios incitando a comprar (lo que necesitamos y lo que no), el entrañable olor a pestiño en las cocinas, y los conciertos extraordinarios.

En el palacio de Congresos y Exposiciones se celebró el sábado el primero de ellos. Mozart, con la Sinfonía KV 201, un fragmento de su ópera Don Giovanni y el Exultate Jubilate; Vivaldi con el Concierto para flauta La Notte, y Haendel con una selección de El Mesías, componían el programa. Programa que dirigió magistralmente Juan Rodríguez Romero, el músico sanluqueño que tan bien se ha llevado siempre con las orquestas jóvenes austriacas.

Mucho ha llovido desde que nos traía a Cádiz (aliviando a la ciudad de su endémico déficit sinfónico) a la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo. En esta ocasión ha sido la camerata Austriaca Linz la que nos llegaba. Seguramente a requerimiento suyo también.

Mozart decía que la música, por encima de pasiones, desgracias o fortunas, debía seguir siendo siempre música. Cualquiera de sus obras deja ver ese anhelo. El sábado lo comprobamos una vez más en su faceta sinfónica, operística y religiosa. La Sinfonía KV 201 que dirigió Rodríguez Romero, sin vanas ampulosidades ni huera retórica, tan al uso, resaltó esa cualidad del salzburgués.

En la faceta operística sobresaltó la intervención del barítono Daniel Ohlenschlager dando vida a Leoporello en un fragmento de la ópera Don Giovanni. No se puede cantar mejor. No es posible hallar un timbre de color más bello que el que mostró Ohlenschlager. Artista sobrado de facultades que domina la técnica vocal hasta hacer fácil lo difícil. Sin duda fue de lo más brillante de la velada.

Muy grata resultó también la intervención de Dorothea Marx, soprano, que se hizo cargo del Exultate Jubilate mozartiano con acompañamiento de la orquesta. Grata voz la suya, aunque, tal vez, algo opaca en los graves.

De Vivaldi escuchamos su Concierto para flauta Op. 10, del que se hizo cargo Christine Anleitner. Como siempre asistimos al brillo arrollador del veneciano, a sus ornamentaciones y dibujos siempre musicales y directos. Hubo en la interpretación de Anleitner refinamiento sonoro y un primoroso virtuosismo, magníficamente asistida por el buen hacer de la orquesta.

Por último una selección de El Mesías de Haendel, con el añadido ahora de nuevos efectivos: una trompeta, timbales, fagot y claro está, el coro, el de la Asociación Coral de Sevilla que dirige José Márquez: Bravo. Apoteosis final que obligó a bisar el Aleluya después del inconmensurable Amén. Un éxito grande. Sin duda.

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