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Cultura

Vivir y amar en la 'fokin' tierra de promisión

  • Sobre un fondo que constituye un fresco de la emigración dominicana en Estados Unidos, Junot Díaz regresa con una autobiografía sentimental apócrifa

Divertido pero amargo y viceversa, desde el territorio conflictivo y doloroso de una identidad imprecisa y movediza, precaria en todos los frentes posibles, Junot Díaz sigue construyendo el relato, su relato, de la gran epopeya americana, así proclamada por quienes tuvieron siempre -o al menos a la postre, tras un golpe de suerte o cualquier otra de las infinitas arbitrariedades que depara la vida- el viento de cara. Porque desde luego nadie, en la nueva y espléndida colección de relatos del escritor nacido en Santo Domingo en 1968 y criado desde los seis años en Nueva Jersey, nadie, por lucidez o por orgullo, o por una mera cuestión de pragmatismo y absoluta falta de tiempo para cantar la bastarda poesía de las naciones, sería capaz de intuir el mínimo brillo de epopeya en sus vidas de segunda o tercera o cuarta categoría, en sus cuerpos rotos por el trabajo, en sus corazones estrechados por la ausencia de esperanza y horizontes, en sus consuelos agridulces, en sus barrios de mierda.

Tras Los Boys y La maravillosa vida breve de Óscar Wao (novela ganadora del Premio Pulitzer, entre varios otros reconocimientos), Díaz recupera ahora a Yunior, el alter ego que aparecía en la primera obra. Así es como la pierdes puede leerse, por tanto, como el duro y a la vez efervescente fresco de la emigración dominicana en las grandes ciudades de Estados Unidos que es, pero por encima de todo como una suerte de autobiografía apócrifa (pero sin duda verdadera) y descompuesta en pedazos de filos cortantes, conmovedores, casi elegíacos en ocasiones bajo su aparente superficie de ligereza y apoteosis de la carne, de la infidelidad y el deseo; y en particular como su exploración tragicómica, levemente paródica y en última instancia catártica de la sexualidad del Hombre Caribeño, un amante egoísta y promiscuo, ensimismado y brusco, perentorio y más bien desdeñoso, aparatosas pero inútiles máscaras no sólo de su torpe maduración (distintiva, se diría que crónica en el caso de Yunior, a quien su autoconciencia y sus accesos de chico nerd le salvan de ser el perfecto y atribulado macho alfa que tanto prolifera, como una condena fatalista, en la rama masculina de su familia) sino también, y sobre todo, de su radical incapacidad para comprender a las mujeres y de su pánico nunca reconocido a sentirse desvalido cuando no tiene a alguna a su lado.

Exceptuando las esporádicas y muy significativas escapadas a la tierra de origen (de las carencias): el resort de lujo sólo más obsceno que hortera y aburrido, y el villorio infame donde el amor, la prosperidad y un futuro algo más habitable son coartadas socialmente prestigiosas para la prostitución (o algo tremendamente parecido), todo el paisaje urbano -también el humano- que aparece en estas páginas es plenamente estadounidense. Y sin embargo apenas aparecen blancos. Se pueden contar con los dedos de una mano, y sobran dedos. Los wasps, en efecto, no sólo son los otros, sino que están en un sitio distinto: uno mejor, próximo pero lejano y de fronteras tan intangibles como inabordables, un sitio -una aspiración- que en estos nueve cuentos del autor se hace notar como La Gran Promesa Nunca Cumplida tan sólo por la potente vibración de lo que se intuye pero aun así permanece fuera de campo.

Todo esto permite hacerse una idea bastante elocuente de la opinión que a Junot Díaz le merecen los discursos enrollados sobre la intregración en la sociedad estadounidense, de los cuales su obra entera viene a ser una refutación (jamás cínica, lógicamente menos aún reaccionaria), pero conviene recordar en este punto que Así es como la pierdes es esencialmente, aunque su trasfondo admita una escala mucho más amplia que la meramente individual, un libro íntimo. Si relatos como Otra vez, otra vida e Invierno recrean la brutal conmoción que supone la emigración de una familia o parte de ella a una tierra extraña en condiciones inclementes (el libro está lleno de padres ausentes, de familias aquí y allá, ambas engañadas y anhelantes, de personas perdidas y escindidas sin remedio en un limbo existencial cuyo final se sueña cada día, cada semana, cada año, para aplazarse en todo caso sine die), otros -como El sol, la luna, las estrellas, Nilda, Alma, Miss Lora o Flaca- son más explícitamente amorosos, se muestran casi como una serie de deliciosos retratos de mujeres que quitan el hipo con hombre vacilante y desconcertado al fondo (más bien al lado, aunque sí, ay, cada vez más lejos de ellas).

De la volatilidad de los sentimientos y del prolongado (o no) e imposible ejercicio de equilibrio que entraña toda relación afectiva, del sexo como huida del mundo, de la familia y de uno mismo, de esos amores que al perderlos, pero sólo al perderlos, sabemos cuántos nos gustaban, cuánta falta nos hacían, de todo ello habla Junot Díaz a través de unos personajes vivísimos, vibrantes, en unas historias que bombean emoción y sentido del humor y que, como todas las buenas comedias, esconden hasta el instante preciso su mordisco de amargura y melancolía, el roce áspero y el absurdo de la vida que toda risa, más o menos escéptica, trata precisamente de conjurar.

En algunas reseñas, de este y de otros libros de Junot Díaz, hemos leído a señores muy serios, muy doctos (de esos que escriben la crítica y por el mismo precio incluyen la revisión ortográfica de la obra sometida a su inestimable juicio), que venían a decir que bueno, que vale, que a pesar de la rarísima jerga callejera que inunda sus páginas, el muchacho tiene su talento y al fin y al cabo sabe contar historias. Y no. No es eso. No es que Así es como la pierdes sea un libro estupendo a pesar del spanglish que salpica todas las páginas; es que Así es como la pierdes es un libro divertido, gustosísimo, palpitante, osadamente natural, libérrimo y de ritmo rico, que diría Yunior hablando de cualquier muchachita world class cuya atención se disputan todos los tígueres del barrio, no sólo debido a la sustancia narrativa en sí, sino también, y en gran medida, por el glorioso espectáculo (y aquí hay que celebrar la estupenda traducción de Achy Obejas, y que funcione en ambas direcciones: en inglés y en español) de una lengua que crece, que muta, que se funde con su entorno para poco a poco hacerlo suyo, una que no está embalsamada en los diccionarios, sino volando por las calles, nombrando el mundo, que nace cada día.

Junot Díaz. Trad. Achy Obejas. Mondadori. Barcelona, 2013. 208 páginas. 16,90 euros

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